Cuando joven, me creía un hippie. También me consideraba un artista. Era
músico y pintor.

Los hippies eran vistos por el establishment
como "muchachos locos". Pero el aprendizaje que el movimiento hippie dejó
al mundo vino a través de su apertura de mentes de todas las edades, no sólo a
la posibilidad, sino también a lo apropiado de su filosofía de amor y bondad.
En ese contexto, no eran los hippies los que estaban "locos", sino el
establishment, sociedades enfermas
que promovían la guerra, la división, el racismo, la represión y la violencia
como la norma e incluso como algo deseable, mientras intentaban descartar el
amor y la comprensión como “cosa ingenua” y hasta una amenaza para el orden
mundial. Un orden que dividió el mundo entre Norte y Sur ("pudientes"
y "no pudientes") y, peor aún, entre Este y Oeste ("amigos"
y "enemigos").
Llegué a creer en la Era de Acuario, en la llegada de una nueva era de
paz, armonía y comprensión, de amor fraternal, de la sociedad mundial que viviría
en un estado de empatía y cooperación, de espadas convertidas en arados, de gente
que colaboraría para, juntos, salvar al mundo. Y si los líderes espirituales y
las congregaciones de todas las principales religiones realmente creyeran lo
que predicaban y aceptaban como fe, también deberían haber creído en esta
visión, ya que lo que los hippies estaban promoviendo era, pura y simplemente,
la adhesión a la Regla de oro. Esa regla que, en palabras distintas pero con exactamente
el mismo significado, forma parte integral de los textos sagrados de cada uno
de los principales movimientos espirituales, desde el judaísmo hasta el
islamismo, desde el budismo hasta el hinduismo y desde el catolicismo hasta el
protestantismo.

La última década, sin embargo, ha sido decepcionante, con un notable
declive en la democracia, la proliferación de las guerras por encargo, el resurgimiento
de animosidad entre la Federación Rusa y Occidente, el inicio de una guerra
comercial entre Estados Unidos y China con una correspondiente expansión
militar por parte del gobierno de este último país, el renacimiento de una forma
de populismo neofascista en lugares preocupantemente inesperados, el
socavamiento de la misión de la ONU, el debilitamiento de la alianza de la OTAN
e incipiente inestabilidad dentro de la UE.
Mientras tanto, nuestro planeta se encuentra frente a una crisis
ambiental de proporciones aterradoras, y no se está haciendo lo suficiente para
crear la paz y el consenso necesario como para confrontar al cambio climático,
enemigo común de todos los seres vivos sobre la faz de la tierra.
Existen, sin embargo, realidades que inspiran esperanza. Gracias a las
redes sociales, los jóvenes expresan y crean sus propios puntos de vista y
planes para el futuro. Y quizás lo que parece ser el caos que se está generando
en la actualidad sea simplemente los últimos estertores de una generación que
ha hecho demasiado poco para asegurar el futuro de nuestros hijos, y de sus
hijos, y de todas las generaciones futuras más allá de nuestros tiempos. Espero
y preveo que haya una nueva era, muy parecida a la que provocó una revolución
cultural durante mi propia juventud, y que, muy probablemente, nazca de la
vuelta actual a nuestras antiguas andanzas destructivas.
Fue por eso que, hace una década, emprendí un viaje para intentar, a
mi humilde manera, realizar una contribución a la paz y a la cooperación. Lo vi
como un legado cultural para mis hijos, algo que podría darles, más allá de, simplemente,
compartir con ellos mi visión y experiencia empresariales. Así fue como la idea
de escribir un libro tomó forma.

Estoy verdaderamente agradecido y me quedo atónito ante esta
extraordinaria experiencia. Pero ha llegado el momento, por razones
estrictamente personales, para que transmita la continuación de este viaje a la
generación de mis hijos. Ellos serán los que vivirán en el mundo venidero, y
quienes, finalmente, sean los responsables de cambiar muchas de las tendencias
negativas que, lamentablemente, mi generación les ha legado.

Pero antes de irme, quisiera darles las gracias a todos los que han
leído estas entradas del blog desde que comencé a entregarlos, y también a los
que me han seguido en Facebook, Twitter e Instagram. También quiero agradecer
especialmente a las personas que me han acompañado en este esfuerzo a lo largo
de los años. Mi más profundo agradecimiento, respeto y aprecio a las siguientes
personas:
Juan Luis Iramain, Francisco Ochoa, Ricardo Elía y Aníbal Díaz
Gallinal, quienes trabajaron conmigo en las primeras etapas de este proyecto.
Cada uno de ellos aportó su invalorable tiempo, pensamiento crítico y, sobre
todo, pasión por los temas tratados. Con ellos comparto la satisfacción de
haber dado a luz un proyecto que según espero, no termine aquí, sino que
florezca a través de otros en el futuro.
El ex presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, por quien tengo
el mayor respeto y amistad y quien no solo habló en el evento de lanzamiento de
La guerra, un crimen contra la humanidad,
sino que, además, me ofreció su consejo durante la redacción de ese libro y más
allá.

Dos populares escritores y oradores estadounidenses, el Dr. William
Ury y el profesor John Naisbitt, por sus comentarios y aliento.
El ex fiscal de Núremberg, Ben Ferencz, por su amistad, orientación e
inspiración.
Dr. Eduardo Luis Feher, escritor, poeta, profesor y ex presidente de
la Academia Mexicana de Literatura, por sus amables palabras, en el lanzamiento
de La guerra, un crimen contra la
humanidad en México, en relación tanto con el libro, como con su tema y su
calidad literaria.
Juan Pablo Nicolini, Ernesto Schargrodsky, Horacio Spector y Fernando
Rocchi de la Universidad Torcuato Di Tella y Roberto Bosca de la Universidad
Austral, todos de Buenos Aires, y el Dr. Felipe Maíllo Salgado de la
Universidad de Salamanca en España por su sabio consejo.
El profesor Rafael Ansón Oliart de la Cátedra Federico Mayor de
Cultura de Paz de la Universidad Camilo José Cela de Madrid, y el Prof. Noah
Weisbord de la Facultad de Derecho de la Universidad Internacional de Florida
por asesorarme sobre temas específicos relacionados con la paz.
Alicia Padilla, quien sirvió de guía a través de las aguas (para
mí) inexploradas del mundo editorial.
Andrés Mego, de Hojas del Sur SRL, editor y promotor de La guerra, un crimen contra la humanidad.
Mis asistentes personales, Viviana Natalucci y Gloria González, quienes
han brindado generosamente de su tiempo y de sus amplios conocimientos.

Mi respeto y mi más profunda gratitud a todos aquellos cuyas vidas y
creencias he tocado y que han tocado las mías.
Que el 2019 sea un año de paz, armonía, generosidad, empatía,
cooperación y, sobre todo, amor.
¡Feliz Año Nuevo! Y, hasta siempre.
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