Aquellos de nosotros que crecimos en la América del Sur de las décadas de 1950, ‘60 y ‘70 conocemos muy bien cuán frágil es la democracia. La máxima manifestación externa de la muerte de una democracia es ese momento culminante cuando los tanques salen de las bases militares y ruedan por la calle, los líderes electos son exiliados o encarcelados, se suspenden las garantías constitucionales y se instala la represión a la ciudadanía como norma del poder político. Pero ésta rara vez es una primera señal sorpresiva del colapso de la libertad y la democracia. Muy a menudo las instituciones democráticas están en un estado tan debilitado que una toma de poder dictatorial es casi una conclusión inevitable. Otras veces estas instituciones han sido tan infiltradas por elementos populistas y/o elementos autocráticos de cualquier otro tipo que un golpe por sí se vuelve completamente innecesario y redundante. En estos casos, la democracia simplemente gime y muere, estrangulada por una elit
El autor Roberto Vivo escribe sobre las guerras pasadas y presentes, sobre los grandes pacifistas de la historia y el camino hacia la paz global. Su filosofía resumida: En un mundo donde 9 de cada 10 víctimas en conflictos bélicos son civiles, la guerra no es una alternativa política válida. En realidad es el crimen supremo contra la humanidad. Si las nuevas generaciones tienen un futuro, la clave para alcanzarlo estará en la paz mundial. La guerra sólo conduce al exterminio.