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CREAR EL CLIMA EN UNA GUERRA POR ENCARGO

Aunque se asemeje a una frágil cuerda floja, el llamado “cese de hostilidades” en Siria se sostenía desde la semana pasada, pese a aisladas violaciones a la tregua. Pero los ojos de los diplomáticos y otros observadores enfocaban más en la relación entre las superpotencias de Rusia y Estados Unidos que en los beligerantes en la así llamada Guerra Civil Siria —nombre que resulta, claramente, cada vez más inapropiado teniendo en cuenta las graves repercusiones e implicaciones internacionales que el conflicto reviste.
Con el cese de hostilidades pactado el mes pasado más entre los líderes regionales y globales que entre las múltiples partes beligerantes en la guerra en sí, Moscú y Washington se encuentran de repente habiéndose convertido en pareja despareja —un extraño acontecimiento después de los eventos no sólo en Siria, sino también en Ucrania y en otros lugares del mundo que, desde 2014, han tenido en pugna a las dos potencias nucleares más que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría que terminara hace un cuarto de siglo.

A primera vista, esto debería ser una buena noticia. Y en cierta medida lo es, ya que su decisión de sentarse y dialogar sobre cómo poner fin a la guerra siria ha traído un momento de relativa calma, al menos transitoria, en los combates. Y en una nación en ruinas y al borde del colapso y de la disolución como lo es Siria, una pausa en la lucha por la razón que sea, no puede dejar de ser considerada como “buena noticia”.
Lo que resulta preocupante, sin embargo, es cómo, exactamente, cada bando de superpotencias, en lo que es cada vez más evidentemente una guerra por encargo, hará uso de esta calma en la tormenta para su propio beneficio y, como tal, en detrimento, casi seguro, del pueblo sirio a largo plazo.
La BBC, por ejemplo, citó esta semana al teniente general Sir Simon Mayall, otrora consejero renombrado sobre asuntos del Oriente Medio para el gobierno británico, diciendo que su preocupación respecto del pacto para el cese de hostilidades era que parecía cuestión de dejar que “los rusos creasen el clima” en Siria. Lo que quiso decir fue que con dicho acuerdo, Putin y Moscú ahora tienen la última palabra en Siria, dado que los rusos no sólo se han involucrado en los ataques aéreos internacionales contra blancos “terroristas” a tal punto que superan cualquier acción aérea tomada por la coalición liderada por Estados Unidos, sino también que han logrado una fuerte ventaja en el proceso de tregua y negociación. Claro está que esta acción por parte de Moscú no responde a fervor altruista o humanitario alguno, sino que se debe a que Rusia tiene todas las de perder si el dictador Bashar al-Assad es derrocado. Los motivos rusos, entonces, apuntan a estar en la cúspide de cada proceso internacional que tiene lugar en el país árabe, a fin de mantenerse varios pasos agigantados por delante de Washington y sus potenciales aliados en la región.
Y, hablando de los rusos, el general Mayall le dijo asimismo a la BBC que, “jugó a su favor el ofrecer un alto al fuego en nombre del régimen de Assad. Eso me preocupa un poco en una parte del mundo donde los americanos han sido los garantes y quienes han creado siempre el clima.” Respecto de Washington, en sus primeros choques con el gobierno del presidente ruso Vladimir Putin sobre los intentos de Moscú de ayudar a Assad a frustrar el levantamiento popular sirio, el gobierno de Obama fue firme al insistir que “Assad debe irse.” Pero en esta última aproximación a la cuestión de Siria en la que Rusia y EEUU se encuentran compartiendo el mando en el proceso de “cese de hostilidades,” los norteamericanos parecen haber concedido, de repente, que, al menos “por el momento”, Assad puede quedarse. ¿Por qué? Porque la amenaza directa a la seguridad de EEUU no es Assad ni incluso Putin —quien, sin duda, ha actuado en los últimos años como una especie de bala perdida en lo diplomático y lo militar— sino el grupo terrorista internacional Estado Islámico (EIIL), que constituye más que un dolor de cabeza para casi todo el mundo, pero, sobre todo, para Occidente. No obstante, pretender que Assad pueda formar parte práctica de transición alguna hacia la paz y la democracia en el país árabe, después de ver la cruel y despiadada manera tiránica con el que ha tratado a su propio pueblo, cae, por lo menos, bajo el rubro de “cosas absolutamente delirantes”. Pero por ahora, parecería que Washington quisiera evitar hacer enojar a Moscú como para no potenciar un choque directo entre las superpotencias, especialmente cuando, como hemos dicho, Assad no representa amenaza inminente alguna para Estados Unidos. Y, por otra parte, cuando se trata de una elección entre Estado Islámico o Assad, Washington parece estar de acuerdo con Moscú en que Assad constituye el mal menor. Sin embargo, yo creo que el asunto no debería ser si Moscú o Washington dejará o no a Assad en el poder. Esa elección debería ser patrimonio exclusivo del pueblo sirio, y pese a esa lógica, los sirios son los que menos se toman en cuenta en cuanto a cómo se resolverá —si es que se puede resolver— la trágica guerra civil que ha sido una pesadilla diaria para la población de ese país durante el último quinquenio.


Pese al relativo éxito inicial del “cese de hostilidades” apoyado por Rusia y Estados Unidos, al menos 135 personas han muerto desde que entrara éste en vigor hace más de una semana. Esta semana comenzó con ataques con cohetes y morteros contra la zona residencial kurda de la ciudad de Alepo, una de las áreas urbanas más castigadas de toda la guerra. Un portavoz rebelde kurdo dijo que al menos nueve civiles murieron y decenas más resultaron heridos en los ataques. Según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, un grupo con sede en el Reino Unido que monitorea la Guerra Siria, más de 70 cohetes y proyectiles de mortero fueron disparados durante los ataques. La organización agregó que éstos habían sido llevados a cabo por varios grupos armados, entre ellos el islamista Frente al-Nusra, que ha sido excluido por Rusia y Estados Unidos, junto con Estado Islámico, de la tregua. Sin lugar a dudas, el grado en que la posibilidad de paz en Siria está vinculada al EIIL—o desvinculada del mismo— debe ser considerado como un factor que constituye un importante escollo en las perspectivas de Siria. Pero no debe prevalecer por sobre el derecho legítimo del pueblo sirio a la libertad o sobre su lucha por poner fin a cuarenta años de tiranía. En este sentido, el así llamado “cese de hostilidades” ha proporcionado, por lo menos, una posibilidad inmediata para que los ciudadanos comunes de Siria se expresen en público por primera vez en mucho tiempo. Para las personas que habitan algunas de las más castigadas zonas controladas por los rebeldes, la frágil tregua les ha ofrecido su primera oportunidad en años para volcarse en masa a la calle sin ser bombardeadas ya sea por las fuerzas del gobierno respaldadas por Rusia o por insurgentes islamistas. Y, a pesar del terrible castigo al cual han sido sometidas a lo largo del último lustro, dichas personas formaron parte esta semana de más de un centenar de manifestaciones masivas reclamando no sólo la paz y la democracia, sino también la unidad entre los rebeldes nacionalistas.

Por encima de todo, repitieron su llamado para que Assad renuncie o sea removido de su cargo. Es evidente que hubo un mensaje para las grandes potencias en las protestas, a saber: que después de cerca de 300.000 muertes, millones de heridos y mutilados, el país en caos y el desplazamiento y/o el exilio de la mitad de la población, el pueblo sirio no está dispuesto a permitir que las super potencias o cualquier otra fuerza le secuestren su revolución, la cual comenzó como una protesta pacífica y un movimiento popular masivo hacia una democracia independiente. Cualquier intento de ignorar este hecho —ya sea en búsqueda de los intereses regionales estratégicos de Rusia o en deferencia a la guerra de Washington contra el terrorismo internacional— equivale a ignorar las causas fundamentales detrás de la Guerra Civil de Siria y a despreciar el derecho a la libre determinación del pueblo sirio. Pretender “salvar” a Siria mientras se ignore la voluntad de su pueblo condenará al fracaso seguro todo intento externo de encontrar una solución al conflicto y poner fin a la guerra. A lo sumo, una “solución” así traería aparejada una pausa solamente transitoria en la violencia, ya que —como bien sabe cualquier verdadero defensor de la paz mundial, la paz duradera no puede ser impuesta, sino que debe ser concebida con justicia y ser celosamente cuidada.

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