Buenos Aires, 24 de Marzo, el año
2016
Ayer me hice una
pregunta retórica en Twitter: "Me pregunté, ¿qué motiva a un presidente
estadounidense, cualquier presidente estadounidense,
a venir de visita a la Argentina justamente en el 40° aniversario del golpe de Estado de
1976?"
Creo que fue una
buena pregunta. Sin duda, suficiente evidencia ha salido a la luz en las
últimas cuatro décadas, tanto de la complicidad temprana como de más tarde de los
Estados Unidos con el sangriento régimen militar que llegara al poder en 1976 y
gobernara a la Argentina hasta 1983, primero, bajo la administración del
presidente de Estados Unidos Gerald Ford y, más tarde, bajo la del presidente
Ronald Reagan. La notable excepción a esta política de apoyo tácito fue la de los
cuatro años de la administración Carter, que se enfrentó abiertamente a la
junta militar respecto de sus violaciones a los derechos humanos.
Está claro que no fui
el único que me lo pregunté, aunque para otros fue un interrogante menos retórico.
Uno de ellos fue, como el mismo Obama, Premio Nobel de la Paz: más
específicamente, Adolfo Pérez Esquivel,
quien, según se informó, se había contactado con el presidente de Estados
Unidos pidiéndole que escogiera otra fecha para su visita a la Argentina, ya
que hacerlo en el 40° aniversario del golpe de estado sería considerado provocador.
En público, el defensor
argentino de derechos humanos, quien actualmente tiene 84 años de edad, recordó
que las academias militares de Estados Unidos (la infame Escuela de las
Américas, por ejemplo) entrenaron a militares de Argentina y de otros países de
América Latina que vivían bajo regímenes de
facto en el uso de las técnicas de tortura más eficaces. Pérez Esquivel
añadió que "sería bueno tener de Estados Unidos un reconocimiento público de su intervencionismo".
Conceptos más duros
vertió Estela de Carlotto, titular de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo,
quien manifestó, al rechazar la invitación para ir al Parque de la Memoria con
Macri y Obama, que “no es el momento para que estemos en un lugar así cuando
estamos recordando 40 años de algo tan atroz, lleno de dolor.” Agregó que
Estados Unidos “fue partícipe de los delitos de lesa humanidad” que cometieron
las dictaduras latinoamericanas”, y exigió que ese país “deje de violar los
derechos humanos tanto en su territorio como en otros, y en la cárcel de
Guantánamo.”
Hebe de Bonafini,
líder de la corriente más radicalizada de las Madres de Plaza de Mayo, dijo que
estar presente en el acto con Obama sería como ponerse a tiro para que le
dieran “una patada en medio de la cabeza.”
Los presidentes Obama y Macri caminan al lado del muro en
el Parque de la Memoria.
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El presidente Obama
describió la experiencia de estar en el monumento como "aleccionadora"
y "conmovedora". Si bien recordó que la administración del ex
presidente Carter había sido la excepción a la regla durante el reinado de
terror en la Argentina —reivindicando el trabajo de "diplomáticos, como
Tex Harris, quien trabajó en la Embajada de Estados Unidos aquí documentando las
violaciones a los derechos humanos ... al igual que Patt Derian, secretaria de
estado adjunta para los derechos humanos del presidente Jimmy Carter, un
presidente que entendía que los derechos humanos son elemento fundamental de la
política exterior"— asimismo admitió que, "ha habido controversia
acerca de las políticas de Estados Unidos al principio de esos oscuros días, y cuando
se reflexiona sobre lo que ocurrió aquí, Estados Unidos debe examinar tanto sus
propias políticas como su propio pasado".
Ofrenda floral para los que siguen "desaparecidos". |
Estas palabras sólo
pueden ser vistas como una audaz y clara admisión, y Obama fue un paso más allá
al añadir que "las democracias tenemos que tener el valor de reconocer
cuando no nos encontramos a la altura de los ideales que defendemos; cuando
hemos sido lentos para hablar a favor de los derechos humanos. Y ese fue el
caso aquí." Como para enfatizar aún más su sinceridad y el interés de los
Estados Unidos en reparar los errores del pasado con Argentina, Obama hizo una
ofrenda de paz, diciendo: "Hoy en día, en respuesta a una solicitud del
Presidente Macri, y para seguir ayudando a las familias de las víctimas a
encontrar algo de la verdad y de la justicia que merecen, puedo anunciar que el
gobierno de Estados Unidos desclasificará más documentos aún sobre esa época,
incluyendo, por primera vez, registros militares y de inteligencia, porque creo
que tenemos la responsabilidad de confrontar el pasado con honestidad y
transparencia."
Vale la pena destacar
que la reacción de la señora de Bonafini era de esperarse, dado que es una
figura que se ha enrolado de pleno en el bando del kirchnerismo, donde ha
prosperado de una manera casi avergonzante del tema de los derechos humanos,
tal como lo hicieran los propios presidentes Néstor y Cristina Kirchner,
usándolo como escudo para intentar legitimar otros aspectos más autocráticos y
más cuestionables de sus gobiernos. Pero en el caso de la señora de Carlotto,
aunque tal vez entendible desde el punto de vista del dolor de una madre y de
una abuela lastimada profundamente por las atrocidades de la era del gobierno
militar, desde el de su liderazgo en el movimiento argentino de los derechos
humanos es una lástima. Aprovechar la disposición de un presidente
norteamericano a poner el tema sobre el tapete sólo podría haber ayudado su
causa, especialmente cuando el presidente norteamericano estaba ofreciendo
exactamente lo que las Abuelas vienen reclamando de ese país: las
desclasificación de documentación secreta de la época del gobierno militar
argentino. Y la mención de Guantánamo pareció un agregado injusto considerando
que el gobierno de Obama busca desde hace más de siete años, la manera de
cerrar esa controvertida cárcel offshore
sin que el congreso, mayoritariamente republicano, le haya permitido
encontrarla.
Me parece menester
mencionar, sin embargo, que el presidente Obama incluyó otra admisión durante su
discurso en el Parque de la Memoria que, según mi criterio, es importante. Dijo:
"Lo que pasó aquí en Argentina no es exclusivo de Argentina, y no se
limita al pasado. Cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad, hoy y todos los días, de asegurarnos de que,
dondequiera que veamos injusticia, donde vemos burlado el estado de derecho...
estamos hablando de ello y que estamos examinando nuestros propios corazones y
asumiendo la responsabilidad de hacer de ésto un lugar mejor para nuestros
hijos y nuestros nietos."
Querría aceptar la palabra
del presidente norteamericano en este sentido, y que esto sea un nuevo punto de
partida —uno que pasará a su sucesor cuando éste (o ésta) lo remplace al
principio del año que viene. Porque si bien parecería ser, de parte de Obama,
un sentimiento verdadero y loable, el presidente no puede ignorar, claro está,
el hecho de que Estados Unidos sigue siendo amistoso y sigue dando su apoyo a regímenes
abusivos y autocráticos. Sin ir más lejos, el año pasado, al fallecer el rey Abdulá
de Arabia Saudita, Obama lo elogió como un gran líder y subrayó la importancia
de la "relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita como fuerza para la
estabilidad y la seguridad en el Oriente Medio y más allá."
Sin embargo, el
régimen saudita es, de hecho, autocrático y, a menudo irremediablemente cruel.
Los opositores son sistemáticamente perseguidos y/o encarcelados. Los
detenidos, incluidos los niños, se enfrentan comúnmente a violaciones del debido
procesamiento legal, y además, de la detención arbitraria, de la tortura y de otros
malos tratos mientras se encuentran detenidos. Los jueces frecuentemente condenan
a los acusados a flagelaciones tan severas que amenazan la vida de la víctima,
y pueden ordenar arrestos y detenciones, incluso de niños, a su entera discreción.
Las mujeres, por otra parte, según el derecho saudita se consideran subordinadas
a la "tutela" de los hombres. Y ese país es sólo un ejemplo, aunque
uno bien prominente.
Si Estados Unidos,
tal como lo preside Obama, es sincero acerca de esta cuestión —y consta que el
líder norteamericano ha buscado, en tiempos bien difíciles, mejorar el nivel de
comprensión entre Estados Unidos y el resto del mundo— entonces, su país debe
dejar, realmente, de defender su apoyo a
"dictaduras amigas” y a otros regímenes autoritarios, basado únicamente en el
pragmatismo político
y en la conveniencia. Como dijo Obama respecto del ex presidente Carter, es
momento de que todos los presidentes de Estados Unidos entiendan de un vez por
todas que "los derechos humanos son un elemento fundamental de la política
exterior", y que deben hacer que el pleno respeto de los derechos humanos
y del estado de derecho sean la prueba definitiva para que cualquier país se califique
para ser considerado como "una nación amiga" por los Estados Unidos en
su tan pregonado rol de "líder de la democracia occidental". Si lo
hacen, podría significar una enorme diferencia en las vidas de millones de
personas en todo el mundo, al hacer que los líderes comiencen a darse cuenta de
que el destino de sus vínculos con Occidente está atado a la aceptación de su
comportamiento en el campo de los derechos humanos.
En pocas palabras,
cuando se trata de difundir los conceptos prácticos de la democracia y de los
derechos humanos y civiles en todo el mundo, es el momento para que los líderes
occidentales respalden sus palabras con políticas en firme defensa de los
derechos inalienables del hombre.
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