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SIRIA: TREGUA QUE NO ES TAL COSA


Cualquier indicio de algo parecido a la paz en Siria tras el “cese de hostilidades” anunciado en términos grandilocuentes por los hombres a cargo de las relaciones exteriores de Estados Unidos y de Rusia la semana pasada fue, en verdad, de corta duración. Sin duda, en sus pronunciamientos públicos respecto de un acuerdo alcanzado más entre agentes externos de la guerra siria que entre sus beligerantes directos, el secretario de estado norteamericano John Kerry hizo todo lo posible para disuadir a todo el mundo de la noción de que lo que iba a ser ejecutado sería “un alto el fuego”. Dijo que las partes involucradas se sienten más cómodas con el término menos específico de “cese de hostilidades”. Aún ese término, sin embargo, resultó definitivamente equívoco. Se hizo rápidamente evidente que la farsa que pasara por tregua en la guerra en Siria era, en realidad, un nuevo caso de intervención contraproductiva por parte de las superpotencias en un conflicto que ha pasado de un justificado levantamiento popular contra un régimen tiránico de cuatro décadas a ser el más reciente campo de batalla para un conflicto por encargo entre los rivales de siempre en una nueva guerra fría entre Rusia y Occidente y entre las principales potencias regionales del Oriente Medio. Por otra parte, no pasó mucho tiempo para que algunos analistas vieran a través de una falsa retórica humanitaria y entendieran que la propuesta de “cesación” no se opone a la continuación de los ataques aéreos llevados a cabo por la coalición liderada por Estados Unidos o —más importante aún— por Rusia.En realidad, el llamado “cese de hostilidades” no es más que una expresión de deseo, una mera propuesta para alguna especie de tregua con el fin de permitir “el acceso humanitario inmediato y sostenido a toda persona que lo necesite en todo el territorio sirio…” Sin embargo, como principales arquitectos del acuerdo, las superpotencias Rusia y Estados Unidos han dejado en claro que están poniéndose por encima de cualquiera de los términos del cese de fuego.
 De hecho, en la conferencia de prensa donde anunció el acuerdo, el canciller ruso, Sergei Lavrov, declaró sin rodeos que no habría tregua alguna “con terroristas” dejando entrever que Rusia continuaría sus brutales ataques aéreos contra todos los grupos que considere como tales.


La propuesta para una cesación de hostilidades surgió del llamado Grupo Internacional de Apoyo a Siria o GIAS —17 países, con un potpurrí de intereses, integrado por Rusia, Estados Unidos, la Liga Árabe y la Unión Europea, además de las Naciones Unidas. Pero parece claro que Moscú y Washington han tomado la delantera, y aunque los optimistas podrían sentirse animados por la “cooperación” entre Estados Unidos y Rusia al dejar de lado sus rivalidades mutuas para buscar soluciones humanitarias a la miseria del pueblo sirio, los pesimistas bien podrían argumentar que su papel conjunto en la propuesta del GIAS huele a algo más bien parecido a confabulación, al no ceder terreno ninguno de los dos en cuanto a sus propios objetivos estratégicos, pero tácitamente dando un guiño a la idea de mantenerse cada uno fuera del campo de acción del otro.Esto no es un buen augurio para los civiles sirios que viven en las zonas controladas por la organización terrorista Estado Islámico, ya que su destino potencial es llegar a convertirse en “daño colateral” a medida que la coalición encabezada por Estados Unidos continúe su campaña de bombardeos al EIIL. Y es, sin ninguna duda, una mala señal para los legítimos grupos de oposición contra el régimen de Assad cuando Rusia considera “terroristas” a todos los que se enfrenten a Assad. Enfrentarse al régimen de Assad es considerado por Moscú como una amenaza para los intereses estratégicos de Rusia en el Oriente Medio y, por lo tanto, convierte a los rebeldes nacionalistas en objetivos para los devastadores ataques del poderío aéreo ruso. A juzgar por las acciones de Rusia hasta ahora, el hecho de que este tipo de “terroristas” viven y operan dentro de zonas habitadas por civiles inocentes, incluyendo a mujeres y niños, parece ser de poca o ninguna importancia para el mando ruso. Y Lavrov ha dejado muy en claro que los ataques aéreos de su país contra objetivos sirios seguirán su curso a pesar de su dramático anuncio de un “cese de hostilidades”.


 El plan GIAS para “un cese de las hostilidades en todo el país” a partir de la próxima semana pide “el cese de las operaciones militares”… excepto, claro está, aquellos en contra de Estado Islámico, aquellos contra otro grupo jihadista conocido como Jabhat al-Nusra, y los que tienen como blanco a “otros grupos designados como organizaciones terroristas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.” Esta última es una frase que parece otorgar a Rusia, uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, bastante libertad para golpear a cualquiera que se encuentre avanzando sobre las posiciones militares del régimen de Assad. Y un Bashar al-Assad visiblemente agrandado, con el oso ruso respaldándolo firmemente, ha proclamado que recuperará cada centímetro del territorio que su régimen ha perdido hasta ahora a sus opositores. La propuesta del GIAS establece una meta de seis meses para el inicio de conversaciones directas entre el régimen y sus opositores, con el fin de establecer una continua “transición política”. El objetivo a largo plazo es que Siria tenga una nueva constitución no sectaria y “elecciones libres y justas” dentro de un plazo de dos años a partir de ahora. Sin embargo, la propuesta contiene escasa explicación de cómo llegar desde el punto A al punto B en ausencia de cualquier cese de fuego auténtico y sostenible, controlado por las fuerzas de paz de la ONU, especialmente cuando las declaraciones tanto de Assad como de Lavrov dejan en claro que ni Rusia ni el régimen de Assad tiene intención alguna de detener la acción militar contra los grupos de oposición nacionalistas, y tampoco existe explicación alguna sobre lo que será el destino de Bashar al-Assad y los principales agentes de su régimen. Dicho esto, parece bien claro que Moscú no estará dispuesto a sacrificar el tipo de aliado estratégico en el Oriente Medio que la autocrática familia Assad ha sido para Rusia durante décadas, y menos en un momento en que las tensiones entre esa potencia y Occidente están en su punto más alto desde los días antes de la caída del Muro de Berlín. Además, el propio Assad ha dicho en repetidas ocasiones que no se someterá a las conversaciones con la oposición hasta que los “terroristas” armados hayan sido vencidos por completo. Si los ataques aéreos de la coalición liderada por Estados Unidos sobre las posiciones que mantiene el grupo Estado Islámico en Siria han traído un nuevo nivel de riesgo para los civiles en esas zonas —no sólo debido a la probabilidad de daños colaterales, sino también porque obligan a los combatientes del EIIL a replegarse hacia nuevas áreas, donde pueden mezclarse con la población civil y reagruparse— hay más pruebas aún de que los ataques aéreos rusos sean una amenaza directa para la población civil y para objetivos no militares en las zonas controladas por los rebeldes nacionalistas sirios. Parece claro que Rusia ha sido engañosa cuando afirma que sus ataques aéreos están dirigidos a los jihadistas de Estado Islámico y de Jabhat al-Nusra, cuando algunos datos tienden a indicar que ocho de cada diez de sus campañas de bombardeo han caído, en realidad, sobre objetivos vinculados a los rebeldes nacionalistas que luchan contra Assad.

Ni siquiera el segmento de la propuesta que hace referencia a la ayuda humanitaria —supuesta razón de ser del plan—está claramente articulado. Una de las armas que Assad ha utilizado continuamente contra su propio pueblo —además de su uso de gases venenosos internacionalmente prohibidos, de bombas tipo “barril” repletas de clavos y metralla y de las también prohibidas bombas tipo “racimo”— es el hambre y la privación de cualquier otra ayuda humanitaria. Lo ha hecho mediante la creación de bloqueos militares en torno a las zonas controladas por los rebeldes para evitar que los alimentos y suministros médicos entren, y muy a menudo, ha forzado a los convoyes humanitarios a que se den vuelta y se vayan de dichas zonas, mientras que no sólo los combatientes, sino también los civiles, tanto hombres como mujeres y niños mueran, literalmente, de hambre. A pesar de esta historia de flagrante crueldad autoritaria, el plan GIAS sólo dice que la ONU y otros firmantes del pacto “utilizarán su influencia con todas las partes” presentes en el territorio en disputa para conseguir que la ayuda humanitaria llegue más allá de los bloqueos del régimen. Pero al final, Assad sigue teniendo la última palabra cuando se trata de decidir si se proporciona o no ayuda humanitaria, y claramente, su actitud hasta ahora en este sentido dista de ser ejemplar. Así que, ¿quién se beneficia de la propuesta tan pregonada del GIAS? Desde luego, no las fuerzas de oposición nacionalistas que luchan contra la dictadura de Assad. Por el contrario, el ostensible “cese del fuego” provee a Assad del oxígeno que necesita, mientras que pone presión internacional sobre los rebeldes a respetar la tregua y proporciona a Rusia amplia cobertura para continuar bombardeando hasta el hartazgo a los opositores del régimen. Tampoco le conviene al pueblo sirio en su conjunto, dado que le tienta con una “tregua de papel” cuando, en términos reales, en el suelo donde vive, no existe tal cosa. Como siempre hasta ahora, el plan del GIAS parece ser una consecuencia de los intereses especiales de las superpotencias en el Medio Oriente en general, y en Siria en particular, y cualquier eventual beneficio que reciba el asediado y martirizado pueblo sirio promete ser una mera casualidad

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