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NO MÁS MUROS: SEGUNDA PARTE — LEVANTAR VALLAS CONTRA LAS RESPONSABILIDADES DEL PASADO


No cabe duda de que el resultado del referéndum del mes pasado en Gran Bretaña sobre si debe o no permanecer dentro de la Unión Europea (UE) tuvo poco que ver con la economía de mercado libre o con límites legales que se superponen, sino que, más bien, se trató de la inmigración y el nacionalismo radical. Por extensión, también tuvo que ver con eludir una rendición de cuentas en el Medio Oriente, y con tratar de hacer retroceder el reloj a una época en que los propios países europeos estaban divididos por fronteras, idiomas y la patriotería cultural. En última instancia, fue sobre el racismo y el fundamentalismo, sobre la sospecha y el miedo, y sobre el aislamiento y la mala sangre que éstos necesariamente engendran.
El Primer Ministro David Cameron, uno de los más sorprendidos.
El llamado Referéndum Brexit fue una sorpresa asombrosa para casi todo aquél que seguía creyendo que vivía en un mundo en el cual, a pesar de abundantes controversias, todos quieren, básicamente, trabajar juntos. Uno de los más sorprendidos parece haber sido el propio primer ministro británico, David Cameron, quien, casi de inmediato después de la votación —en la que los británicos votaron de manera decisiva a no formar más parte de Europa— anunció su renuncia, pese a que, al parecer, continuará en el puesto durante unos meses más, para garantizar una transición sin sobresaltos.
Como líder político conservador, Cameron había trabajado duro para distanciarse de los nacionalistas de extrema derecha, tanto dentro como fuera de su propio partido, personajes que propulsaron apasionadamente a "Brexit" (la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea). Había estado haciendo campaña durante semanas para mantener el Reino Unido dentro de la UE, argumentando de que el país tenía mucho más que ganar formando parte de una Europa unida que mediante la construcción de un muro político y psicológico en torno a sus fronteras insulares y encerrándose en sí mismo. Trató de convencer a los británicos, en términos muy claros, de que debían votar por permanecer dentro de la UE, no para "salvar" a Europa, sino porque era lo mejor para Gran Bretaña.
En última instancia, sin embargo, fue el propio Cameron quien llamó a la consulta popular que ha dado lugar a lo que se ha descrito como el acontecimiento más trascendental desde la caída del Muro de Berlín hace ya un cuarto de siglo. Habría que añadir, claro está, que la importancia de Brexit es justo lo contrario de lo que significó la caída del muro de Berlín, que fue un factor unificador y de gran alegría no sólo en el continente europeo, sino también en todo el mundo, mientras que Brexit marca una tendencia hacia el avance del nacionalismo radical de derecha que ha comenzado recientemente a mostrar su feo rostro tanto en Estados Unidos como en partes de Europa.
Y la postura apocalíptica sostenida por el primer ministro británico respecto de la retirada de Gran Bretaña de la UE resultó profética tan pronto como se conociera el resultado del voto, y Gran Bretaña y el mundo entero reaccionó al mismo. En la batahola que se armó inmediatamente después del plebiscito, la libra esterlina se desplomó a su nivel más bajo en 30 años, al ritmo de una venta masiva de activos en los mercados financieros, no sólo en el Reino Unido sino también en todo el Oeste y en otros lugares del mundo. Es probable que los mercados, por de pronto volátiles, con el tiempo hagan frente a la novedad y se tranquilicen, pero no existe duda de que enviaron un mensaje claramente negativo respecto al parecer del empresariado en cuanto a la retirada de Gran Bretaña, y a la verdadera preocupación que hay sobre el significado de la consulta popular británica, y de cómo señala y forma parte clave de una tendencia occidental hacia una radicalización popular que bulle bajo la superficie y que implica una amenaza para la paz y la cooperación en el mundo.
Trump: Espero que América esté mirando
No fueron solamente los analistas liberales quienes captaron rápidamente esta situación —es que el resultado del referéndum fue un verdadero avance para los representantes del aislacionismo nacionalista— sino también los más icónicos nacionalistas de la extrema derecha cuya influencia se encuentra en plena expansión.  No es de sorprenderse que entre los más entusiastas a favor de Brexit se encontrara el candidato republicano a presidente de Estados Unidos, el empresario  multimillonario y nacionalista radical, Donald Trump. Trump alabó a los británicos por "retomar su propio país" y añadió que "esperaba que América estuviera observando" lo que pasaba allí.  Típico del magnate siempre hostil, inapropiado y mal informado, Trump hizo sus declaraciones pro-Brexit en Escocia, donde había viajado para inaugurar un nuevo campo de golf (sólo uno más de un sinnúmero de propiedades del multimillonario en todo el mundo). En Twitter, tuiteó que los escoceses “estaban como locos” por los resultados del  referéndum, en el sentido, claro, de que estaban felices al respecto de la consulta popular, cuando, de hecho, una amplia mayoría de los ciudadanos de Escocia votaron en contra de irse de la Unión Europea, y cuando, además, ahora están considerando la posibilidad de un segundo plebiscito sobre la conveniencia de separarse de Gran Bretaña y convertirse en una nación independiente, para poder volver a unirse a la Unión Europea. Y se rumorea que la provincia británica largamente problemática de Irlanda del Norte también podría estar contemplando alguna acción similar, dentro del contexto de un antiguo proyecto para unirse a la ya independiente República de Irlanda.
Boris Johnson: Ni idea
Tampoco era el primer ministro Cameron el único en Inglaterra que fuese tomado por sorpresa por el resultado del referéndum. Boris Johnson, quien se opuso firmemente a la postura pro-europea del primer ministro dentro de su propio partido conservador, y quien hizo una ruidosa campaña en pro de Brexit, al parecer nunca creyó que su propia propaganda nacionalista a ultranza con su lineamiento anti inmigración iba a recoger una mayoría del voto popular. Cuando la votación había terminado y su equipo había "ganado", pronto se hizo evidente que él y sus seguidores pro salida no tenían la menor idea de cuál sería el próximo paso, ni tampoco tenían ningún plan para hacer frente al gran revuelo que el anuncio de la retirada de Gran Bretaña de la Unión Europea iba, obviamente, a causar.
Entonces, ¿por qué la campaña contra el líder de su propio partido, si Johnson no tenía un plan propio para ofrecer? Obviamente, fue una estrategia política para impulsar su propia "calificación" ante la base ultraconservadora. Pero si ese era su plan —y plan, dicho sea de paso, bien miope— resulta probable que cualquier avance que Johnson hizo en esa dirección lo perdió, cuando, a mediados de la semana siguiente, anunció que no se presentaría para el puesto de  primer ministro cuando Cameron se de de baja hacia el final del corriente año. El conocido actor Ewan McGregor probablemente habló por una gran cantidad votantes tanto anti Brexit como pro Brexit por igual cuando tuiteó: "@BorisJohnson: conch$#o cobarde. Dirigiste  esta campaña ridícula para salir de la UE. Ganaste, y ahora te vas a la mi$#da, dejando que otro tenga que pagar los platos rotos.”
El que se hizo más el compadrito respecto del resultado de la consulta popular fue el líder del Partido Independiente y nacionalista radical Nigel Farage, quien disgustó a no poca gente decente con sus comentarios inapropiados y jactanciosos posteriores al referéndum. El peor de ellos fue cuando se felicitaba a sí mismo por haber ganado el voto por Brexit "sin que hubiese un solo disparo." La mera sugerencia de que las divisiones eran tan profundas que podrían haber precipitado tiroteos entre los lados opuestos ya fue bastante descarada. Pero el hecho de que tal declaración se produjera justo después del brutal asesinato de la diputada laborista y activista por los derechos de los inmigrantes Jo Cox hizo que tal afirmación fuera atroz e imperdonable desde cualquier punto de vista.
Cox fue asesinada en la tarde del 16 de junio en Birstall, West Yorkshire, donde ella estaba a punto de entrar en una biblioteca pública para hacer una presentación. Fue atacada por un hombre empuñando un cuchillo y una escopeta recortada quien gritaba, "¡Ponga a Gran Bretaña en primer lugar!" Un minero rescatista retirado de 77 años de edad, quien se encontraba sentado en su coche esperando a su esposa, fue testigo del ataque y se precipitó en ayuda de Cox. Pero él también fue apuñalado en el estómago. Cox murió en el lugar del ataque a causa de múltiples heridas de arma blanca y arma de fuego.
La diputada asesinada entró en la política para
crear un mundo mejor.
El asesino de Cox, Tommy Mair, de 53 años de edad, era residente local que había vivido en la zona durante 40 años. Parece que, a lo largo de los años, había tenido problemas de salud mental, padeciendo depresión crónica. Asimismo, sin embargo, al parecer, había tenido problemas xenófobos y de racismo, habiéndose relacionado en distintos momentos de su vida con grupos de neo nazis, de ultranacionalistas británicos, y de defensores de la política racista de Apartheid. En 1991, Mair escribió una carta a una publicación sudafricana pro Apartheid llamada SA Patriot in Exile, en la cual arremetió contra "los liberales y los traidores blancos" quienes eran —añadió— "los mayores enemigos del Apartheid”. Afirmó que "todavía tengo fe de que la raza blanca prevalecerá, tanto en Gran Bretaña como en Sudáfrica, pero me temo que va a ser una lucha muy larga y muy sangrienta." Si Tommy Mair había contenido sus impulsos xenófobos por todos esos años hasta entonces, parece evidente que el amargo debate sobre Brexit le incitó a la acción. Y aunque, afortunadamente, no todo el mundo llevó a tales extremos el debate sobre si Gran Bretaña se quedaba o se iba de la UE, no cabe duda de que el referéndum llevado a cabo hizo que surgiera toda la fealdad del choque entre principios genuinamente democráticos liberales y las raíces del nacionalismo radical, el racismo y el aislamiento, siempre bajo la manta de una delgada capa de corrección política.
Las principales naciones de Europa Occidental, Rusia y Estados Unidos tienen claramente un interés moral en la crisis de migratoria que se encuentra hoy fuera de control y en plena expansión, y que, de una manera u otra, afecta a estas regiones en su conjunto. Muchas, si no la mayoría de las rivalidades que hoy son causa de conflictos armados y del terrorismo en gran parte del Oriente Medio pueden encontrar sus raíces en el imperialismo europeo y norteamericano y, asimismo, en la expansión de Rusia quienes establecieron las fronteras y competían por el poder en la región a lo largo de la mayor parte del siglo XX, y quienes todavía lo están haciendo hoy en día en todas sus manifestaciones poscoloniales. El intento de estos países de pretender que la crisis migratoria es un fenómeno externo que no entienden o que no tiene nada que ver con ellos es tan intencionalmente engañoso como prender un incendio forestal viento abajo de la casa de uno y luego sorprenderse al ver que las llamas vuelven contra nuestra vivienda cuando empieza a soplar desde otra dirección.
Blair y Bush: Se unieron para librar una guerra ilícita.
Y Gran Bretaña ha hecho muy poco para disminuir su papel en las tensiones en el Oriente Medio, incluso en tiempos más contemporáneos. A pesar de representar al partido laborista, el ex primer ministro Tony Blair se apresuró a unirse a la extrema derecha, en la persona del ex presidente de Estados Unidos George W. Bush, cuando, en el 2003, éste último decidió desafiar a las Naciones Unidas y, con argumentos engañosos, librar una guerra de agresión ilegal contra el pueblo de Irak. Como tal, al unirse a EEUU en esa aventura militar, Gran Bretaña ayudó, sin querer, a dar a luz a la organización terrorista Estado Islámico (EIIL o ISIS) que hoy ocupa grandes extensiones en el Oriente Medio y lleva a cabo ataques terroristas en todo el mundo contra objetivos relacionados con las potencias occidentales. Tampoco han hecho lo suficiente Estados Unidos, Gran Bretaña o cualquiera de las otras potencias occidentales para ayudar a poner fin a la devastadora guerra en Siria (de donde, actualmente, viene la gran mayoría de las personas desplazadas y en busca de asilo en el extranjero). Rusia, por su parte, ha hecho mucho tanto por mantener como por expandir dicha guerra, que se encuentra ahora en su quinto año, poniendo sus intereses estratégicos, opuestos a los de Occidente, antes de una paz justa en el Oriente Medio, y defendiendo a la violenta y sanguinaria dictadura siria de Bashar al-Assad. Por lo tanto, los líderes mundiales (principalmente Gran Bretaña y EEUU entre ellos) han relegado, en gran medida, el drama del conflicto sirio a un segundo plano, sólo proporcionando soporte aéreo cuando conviene a sus propios intereses estratégicos hacerlo.
La crisis migratoria es, entonces, el incendio forestal que los vencedores en las dos guerras mundiales han prendido viento abajo  de sus propios hogares. Pero ahora los vientos geopolíticos han cambiado, y las llamas de la crisis vienen hacia ellos. El levantar cercos no las parará. Como dijo alguna vez el ex presidente estadounidense Bill Clinton, "Un mundo sin muros es el único mundo sostenible. Si el mundo está dominado por personas que creen que sus razas, sus religiones, sus diferencias étnicas son los factores más importantes, un gran número de personas perecerán en este siglo."
Winston Churchill soñó con una Europa unida.
Como reflexión final, vale la pena recordar que uno de los primeros grandes pensadores que promoviera la creación de una Europa unida en los traumáticos días posteriores a la Segunda Guerra Mundial fue el más renombrado conservador que Inglaterra jamás produjo: Sir Winston Churchill. El icónico líder británico vio la unidad europea como la única manera de garantizar la eliminación, de una vez por todas, de lo que él considerara como los males europeos natos del nacionalismo y el belicismo. En un discurso público que dio en 1946, poco después de la Segunda Guerra Mundial, Churchill dijo: “Existe un remedio que (...) dentro de unos pocos años, podría lograr que toda Europa fuera libre y feliz. Es la idea de recrear la familia europea (...) y proveerla de una estructura bajo la cual podrá vivir en paz, en seguridad, y en libertad. Debemos construir una especie de Estados Unidos de Europa.”

Tanto Gran Bretaña como Estados Unidos harían bien en recordar las palabras de este ícono conservador y dejar de lado su flirteo con una mentalidad aislacionista basada en un renovado nacionalismo radical y en la construcción de muros en lugar de puentes.

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