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http://vivolaguerralajusticiaylapaz.blogspot.com.ar/2016/08/el-auge-del-populismo-nacionalista-los.html
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A pesar de la
proliferación general de los grupos nacionalistas de extrema derecha en toda
Europa occidental, el ejemplo más alarmante de la proliferación del
nacionalismo populista hasta la fecha, ha sido, sin duda —no sólo por las posibles consecuencias para
el país en cuestión, sino también por las que podrían afectar al mundo entero, dado el papel de superpotencia
que juega el mismo— el lanzamiento meteórico en el horizonte político del
multimillonario Donald Trump, zar de los bienes raíces y anfitrión de un reality show popular. El rimbombante magnate
ha disparado desde la oscuridad política hasta la posición de candidato
presidencial por uno de los dos principales partidos del país en cuestión de
meses, valiéndose solamente de la atracción popular de su retórica nacionalista
y el efecto que ejerce la misma sobre los segmentos más airados de la
población.
Trump: Sólo yo puedo arreglar ésto. |
Trump no fue escogido
por el propio Partido Republicano, sin embargo. Al contrario. Él se ha impuesto
al GOP, invadiéndolo sobre la cresta de una ola de fervor populista durante el
proceso de primarias republicanas que lo elevó por encima de una larga lista de
aspirantes a la candidatura, procedentes ellos de las filas mismas de ese
partido. Y lo ha hecho debido a —más que a pesar de— ser un verdadero intruso, y
no ser ni político ni republicano, ya que su tendencia en anteriores contiendas
políticas ha sido, a menudo, hacia el Partido Demócrata rival. De hecho, en las
primarias llevadas a cabo de cara a la última elección presidencial hace cuatro
años, Trump proclamó su apoyo justamente a su actual contrincante, Hillary
Clinton, quien competía en ese momento contra Barack Obama, el cual,
eventualmente, la vencería, ganando la nominación demócrata y, eventualmente,
la presidencia.
Es difícil adivinar
por qué un hombre como Trump, considerado como uno de los más ricos del mundo,
decidiría postularse para presidente. Abundan las teorías de conspiración al
respecto. Mucho más interesante aún, no obstante, es la cuestión de por qué el
grupo social que más lo apoya es precisamente el que menos debería confiar en un miembro de la clase oligarca
que integra el “uno por ciento” más adinerado del planeta. Pese a esta aparente
contradicción, sin embargo, para muchos observadores resulta asombrosa la
amplitud de la demográfica con la cual ha resonado su campaña, en la que abundan
reacciones viscerales, consignas nacionalistas, insultos contra todo y todos, y
una llamativa falta de conocimiento político o de verdaderas ideas.
Si Trump ha tomado a
la intelectualidad política del país por sorpresa, sin embargo, los analistas
sociales no se han engañado tan fácilmente, y entienden que el nivel imprevisto
de éxito político que el magnate ha tenido hasta ahora no es tanto producto de
carisma personal, como de la manera en que las cosas inverosímiles que dice
incitan y entusiasman a un segmento de la sociedad que está harto del doble
discurso político y que lo ve a él como un "tipo que habla sin vueltas",
y cuyo discurso simplista respecto de cualquier tema, desde la inmigración hasta
la guerra contra Estado islámico, se expresa en palabras que sus seguidores
utilizan y con las cuales se identifican, las palabras agresivas de los desilusionados
y las palabras sin filtro empleadas por los que desprecian abiertamente a la
así llamada “corrección política”. De hecho, son las palabras de la gente que se
siente exasperada por la suerte que corre su segmento dentro de la sociedad
democrática occidental, pero que todavía no comprende totalmente o se confunde al
tratar de comprender lo que está sucediendo dentro de su mundo inmediato.
Un dibujo del "Los Angeles Times" trata de analizar la bronca
de los "trumpistas"
|
Es evidente que el establishment intelectual conservador
del GOP se ha unido en contra de Trump. Algunos políticos republicanos muy importantes
le han negado su respaldo y existen escritores conservadores de la talla de los
columnistas nacionales George Will y Robert Kagan, el director del Weekly Standard Bill Kristol, el
comentarista conservador del New York
Times Ross Douthat, el ex director de la revista RedState Erick Erickson y el panelista y columnista de Fox News
Charles Krauthammer, entre otros, quienes, en algunos casos, han rechazado de
plano a Trump pidiendo a los votantes que apoyen a Hillary Clinton con el fin
de negarle a Trump la presidencia, mientras que en otros han indicado, por lo
menos, que no ven cómo ellos mismos podrían votarlo al candidato republicano,
por más que Clinton no les agrade. Pero
el mensaje políticamente incorrecto que profiere 'The Donald' ha seducido a un segmento de gente de raza blanca y de
extrema derecha, marginado de la sociedad políticamente correcta. Y con el auge de Trump y su plataforma
descaradamente ultranacionalista y populista —que se compromete a aislar a
Estados Unidos de la influencia extranjera, desafía abiertamente a la autoridad
ética de la Corte Suprema, insinúa desdén por ciertos principios de la
Constitución mientras agita a otros en el aire como una bandera sagrada,
muestra desprecio por aliados de Estados Unidos y admiración por algunos de sus
rivales no democráticos, desafía a toda la clase política y ningunea al
presidente actual tratándolo de débil e indigno— se ha puesto en evidencia de
pronto cuánto más grande es este segmento del universo político que lo que
podría haber imaginado la mayoría de los observadores.
Pero ¿de dónde viene
este desprecio hacia el sistema democrático liberal tal como lo hemos conocido
hasta ahora, y que parecería un mal presagio para el futuro de la sociedad abierta
y democrática? En el núcleo del "trumpismo" se encuentran los mismos
elementos básicos que han servido de línea rectora para otros movimientos
nacionalistas populares de ultra derecha en todo el Oeste: el nacionalismo
económico a ultranza en lugar del globalismo neo-conservador y/o liberal, control
extremo de las fronteras (incluso hasta el punto de construir muros faraónicos
y de prohibir por completo la entrada a ciertos segmentos demográficos étnicos
o religiosos), la expulsión directa y masiva de extranjeros ilegales, la
vigilancia y estricta investigación de antecedentes de "elementos
extranjeros" considerados "potencialmente peligrosos" y el
posicionamiento de los "intereses de Estados Unidos ante todo", una
frase utilizada para cubrir cualquier cosa desde controlar o hacer caso omiso a
las Naciones Unidas y a la OTAN hasta tratar de supeditar los intereses
estratégicos y comerciales de sus principales aliados a los de Estados Unidos.
Es probable, sin
embargo, que el trumpismo sea solamente un síntoma que sirve de distracción de algo mucho
más grande que ha ido socavando a la democracia liberal y a los derechos del
individuo en las últimas décadas. El
nudo del descontento alimentado y potenciado por el movimiento popular
nacionalista es la sensación bien fundada entre la clase media y baja de que su
situación se torna cada vez más insostenible, que a pesar de toda la
predicación de principios democráticos que llevan a cabo sus líderes actuales,
muy pocos de sus beneficios llegan a ellas. Sus niveles salariales se han
mantenido prácticamente sin cambios durante décadas, y puestos de trabajo bien
remunerados son cada vez más difíciles de conseguir. La competencia es más dura
que nunca. La época de un único sostén de familia que proporciona todo lo que sus
integrantes necesitan ya pasó. La educación superior se torna cada vez más
cara. La gremialización sólo lleva a que los puestos de trabajo se exporten, y
lo que se conocía como "seguridad de empleo" es verdaderamente cosa del pasado.
En la cuenta de un restaurante norteamericano
bajo el rubro propina, el cliente ha escrito
"Sólo damos propina a ciudadanos".
|
Los afectados quieren
"recuperar el control" del sistema que consideran que les ha
defraudado y el nacionalismo populista alimenta ese deseo prometiendo —de
manera facilista y sin tomar verdadera responsabilidad por el resultado de
tales promesas— todo lo que los segmentos más desheredados de las democracias
representativas están pidiendo a gritos: alguien que cerrará la puerta a las
influencias extranjeras que ellos perciben como una amenaza a su seguridad y
economía, alguien que no va a tener miedo de pasar por alto otras ramas del gobierno
y que efectuará cambios en forma directa, y alguien que dice tener el poder
para reparar un "sistema fraudulento" y hacerlo, una vez más, justo y
equitativo para “los verdaderos ciudadanos”. Con el auge del nacionalismo
populista, cuyos líderes afirman ser capaces de lograr todos estos milagros —de
hecho, Trump pregona que él, y sólo él, es "el único que puede
arreglar" a Estados Unidos, se ha practicado una escisión de clases en la
sociedad: no ya la tradicional división entre liberales y conservadores en el
marco de un gobierno democrático y liberal, sino entre ambos bandos
tradicionales (liberales y conservadores) que siguen creyendo en el sistema y los
nacionalistas populistas de la estirpe de los trumpistas, que creen que el
sistema está ya tan corrupto y quebrado que es necesario imponer a un nuevo
tipo de hombre fuerte de corte nacionalista como para poner las cosas en orden.
Y este último es muy parecido al camino hacia el autoritarismo que hemos visto
ya, históricamente, en países como Italia, Alemania, Austria, España y varios
otros a principios y hasta mediados del siglo XX.
Getty Images |
Tampoco están tan
equivocados los seguidores de Trump o sus homólogos en otras democracias
occidentales en cuanto a que el sistema democrático liberal se ha erosionado de
manera significativa en las últimas décadas a través de, por ejemplo, leyes que
han convertido a las corporaciones en "personas", para que se les
apliquen los mismos principios que los destinados a proteger al individuo. O mediante
los gobiernos que han ayudado a las grandes empresas a socavar e incluso a desmantelar
los sindicatos. O cómo las leyes antimonopolio, las que gobiernan los mercados
financieros y otras leyes similares han sido diluidas a manera de permitir que
el uno por ciento de la población mundial acumule tanta riqueza como todo el
resto del mundo junto. O cómo "nadie en Occidente hace nada ya" y se amasan
grandes fortunas moviendo activos e invirtiendo en "papel", mientras
que el trabajo se contrata en el extranjero, etc. Mientras que los seguidores
de Trump y de otros nacionalistas, como digo, tienen razón en cuanto a la erosión
progresiva del sistema liberal democrático, se equivocan al pensar que el
nacionalismo populista puede arreglarlo. La historia ha demostrado claramente
que el empoderar a los autócratas populistas, en lugar de invertir la indignación
popular en el restablecimiento de un marco plenamente democrático sólo puede
llevar al desastre.
El reconocimiento del
rápido desarrollo de estos síntomas es la razón por la cual los pensadores
futurológicos, como el renombrado teórico social Jeremy Rifkin, han invertido
tanto tiempo y estudio en el futuro (precario) del trabajo y por qué los
intelectuales de alto vuelo como el estimado si controvertido profesor de MIT
Noam Chomsky han documentado cuidadosamente la destrucción sistemática del
"sueño americano". En el siguiente capítulo de esta serie de
artículos, echaré un vistazo a las teorías de éstos y otros analistas eruditos,
que van más allá de la agitación política evidente para descifrar las causas detrás
de la actual frustración e ira social en Occidente.
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