El auge repentino de las distintas expresiones del nacionalismo
populista ha causado pánico entre las organizaciones globales tanto
democráticas como sencillamente capitalistas. Resulta un fenómeno que los
expertos políticos más tradicionales no vieron venir, pero sobre el cual los
demócratas más eruditos —como Noam Chomsky y Joseph Stiglitz del lado izquierdo
del espectro político y Robert Kagan y George Will de la derecha— vienen
advirtiendo ya hace tiempo. A medida que dicho fenómeno ha incrementado en los
últimos años, echando raíces tanto en Europa Occidental como en Estado Unidos,
primero los centros de investigación política y, luego, las principales
organizaciones multilaterales, han tenido que comenzar a reconocerlo como una
verdadera tendencia creciente y a aceptarlo como un peligro inminente, no sólo
para la democracia capitalista como marco sistémico de Occidente, sino también
para la economía liberal tal como el mundo lo ha conocido hasta la actualidad.
Lagarde |
Una de dichas organizaciones es el Fondo Monetario Internacional
(FMI), en este caso una institución sobre la cual se podría añadir, "Más
vale tarde que nunca." Para ser justo, desde la crisis mundial provocada
por el crack del mercado de valores de Estados Unidos en 2007,
la subsiguiente Gran Recesión mundial que lo acompañó, el FMI ha estado
reconsiderando políticas conservadoras de larga data para su trato con el mundo
entero. Bajo el liderazgo desde el año 2011 de la abogada liberal y economista
de línea smithiana Christine Lagarde, el FMI se ha alejado de su antigua imagen
como una especie de "sucursal" del gobierno estadounidense,
desempeñando un papel claramente más destacado en la economía mundial, y con
una tendencia decididamente europea.
Pero quizás el mayor cambio en el pensamiento en la cumbre del FMI
sea, al parecer, que ya nadie cree más en la antigua teoría reaganesca de la
"economía de goteo". Si hay algo que las últimas décadas han
demostrado, es, de hecho, que lo que “gotea” desde la cima hacia abajo no es
otra cosa que un empobrecimiento cada vez mayor. Si bien algunas estadísticas
buscan desmentir este hecho, es porque se alimentan de datos sobre las clases
más pobres de la tierra que en algunos lugares han mejorado marginalmente su
suerte, mientras que el declive mundial más evidente, especialmente desde el
advenimiento de la Gran Recesión, se ha observado en las clases medias.
Mientras tanto, la cresta de la cima se ha convertido en un lugar mucho más
acogedor que nunca, ya que los multimillonarios más ricos del mundo han logrado
obtener la mitad de la riqueza total con que debe vivir el resto del mundo.
La actual conclusión del FMI parece ser, entonces, que si se quiere
lograr una distribución más justa de la riqueza en el mundo, habrá que echar
mano a la obra para distribuirla, porque de lo contrario, “goteo” o no, queda
claro que esto no va a suceder. La nueva perspectiva del FMI se basa
aparentemente en la idea de que fenómenos tan alarmantes como el advenimiento
de Brexit en Gran Bretaña, el auge de la extrema derecha en Francia y —en un
grado cada vez mayor— en Alemania, y como el surgimiento de la ultra-derecha en
Estados Unidos tras comicios recientes allí, alimentarán un aumento mundial en
el proteccionismo y en las divisiones nacionalistas. Y tales cambios en el
escenario político mundial prometen ejercer sus más crueles efectos sobre los
segmentos más vulnerables de las clases media y baja.
Según la directora del FMI, “Dicho de manera sencilla, el crecimiento
ha sido demasiado bajo, durante demasiado tiempo, y ha beneficiado a muy pocos.
Las consecuencias sociales y políticas son cada vez más evidentes. La
desigualdad sigue siendo demasiado elevada en demasiados países. Los conflictos
y la migración ejercen una terrible influencia. El comercio se ha convertido en
un fútbol político. Y los partidarios de la integración económica —y la
cooperación— se encuentran a la defensiva.”
Lagarde dice que la globalización debería haber funcionado de una
manera distinta a cómo, en realidad, lo ha hecho. Debería haber tenido en
cuenta la inclusión social y nunca lo hizo. Y por eso no ha funcionado para
todos. Ha ignorado a los que están en riesgo de quedar atrás y ha concentrado
más riqueza que nunca en el pináculo del poder económico.
Lo que es difícil de entender es precisamente la mentalidad de aquellos que se
han quedado atrás y que, sin embargo, han creído las promesas de campaña de los
nacionalistas populistas quienes, en el caso de las elecciones estadounidenses,
por ejemplo, están íntimamente ligados a los mismos magnates del uno por ciento
superior de la economía que es responsable de reprimir sus esperanzas y sus
sueños de una existencia mejor, más equilibrada y más justa. Es difícil
ver, por ejemplo, cómo los sectores más angustiados y desencantados entre la
clase obrera de raza blanca en Estados Unidos pudieron haber pasado por
alto el hecho de que su actual presidente empresario es considerado como uno de
los hombres más ricos del mundo, como para elegirlo como su potencial salvador
económico.
Según Lagarde, en comentarios contenidos en una entrevista (https://www.ft.com/content/134aac12-4403-11e6-9b66-0712b3873ae1) con el Financial Times de
Londres, el referendo popular británico a favor de salir de la Unión Europea
proyecta una gran sombra sobre el crecimiento global, y la imposición de nuevas
barreras comerciales por parte de otra de las principales economías podría tener
efectos nefastos. Decía Lagarde: “En verdad, pienso que sería bien desastroso.
Bueno, tal vez no debería decir desastroso porque es un término un tanto
excesivo, y debo desistir de utilizar palabras excesivas. Pero tendría, por
cierto, un impacto negativo sobre el crecimiento global.”
¿Cuán preocupado debería estar el mundo frente a la tendencia
anti-globalización siendo propulsada por los nacionalistas populistas? En esa
misma entrevista con el FT, Lagarde se animó a decir que esperaba
que la tendencia no impulsara al mundo hacia otro “momento tipo 1914” y abogó
para que los líderes aprendieran de la historia para no condenar al mundo a
repetirla.
"Espero que no sea un momento tipo 1914 —le dijo al FT—
"y espero que la historia nos ayude a enfrentar el impacto negativo de la
globalización como para aprovechar los beneficios que ésta puede aportar. Según
el FT, añadió que en el pasado, "las oleadas del
proteccionismo" habían "precedido a muchas guerras" y que el
proteccionismo "perjudica el crecimiento, perjudica la inclusión y lastima
a la gente."
En la reciente Cumbre Mundial de Gobierno en Dubai, Lagarde advirtió
sobre un "avance insidioso y progresivo" hacia el pensamiento
anti-globalización y proteccionista como un factor que el mundo evidentemente ignoró
y que fue la razón por la que Brexit y el advenimiento de la era Trump en
EE.UU. había tomado por sorpresa a gran parte del mundo.
"Hemos estado diciendo que la globalización es fabulosa, el
comercio internacional es genial, y lo es" —dijo— "pero no hemos
mirado hacia los que la pasaron mal, los que fueron negativamente
impactados."
Culpó en parte por estos impactos negativos al incremento en el uso de
la robótica que reduce los puestos de trabajo y a la reducción en haberes que
padece la clase media global. En otras palabras, desde su punto de vista, el
fracaso en el desempeño de los líderes mundiales frente a los aspectos más
negativos de la globalización ha provocado un creciente descontento entre los
votantes de clase media y obrera en Occidente, lo cual los ha llevado a
concentrarse masivamente detrás del populismo nacionalista en los comicios,
debido a la percepción de una economía globalizada y, en correlación, los
extranjeros y los intereses extranjeros como la causa de su declive.
A pesar de admitir que las actuales políticas económicas del gobierno
estadounidense probablemente aportarán cierto brillo al clima económico en
Estados Unidos, Lagarde ha insinuado que esto sería de corta duración, porque
un fortalecimiento del dólar y el aumento de las tasas de interés, la promesa
de la administración de Estados Unidos de imponer aranceles comerciales altos a
algunos de sus principales socios comerciales como México y China pondrían en
aprietos al comercio internacional. Y aunque Estados Unidos podría tratar de
imponer políticas nacionalistas, la globalización ha sido durante tanto tiempo
la fuerza principal en la economía mundial que lo que se hace en un lado se
nota en otro. Tal como lo demostró el crack financiero de 2007
en Estados Unidos, una sola gran economía afecta a todas las principales
economías. El aislacionismo se ha convertido, entonces, en un mito y una
imposibilidad, o por lo menos en una improbabilidad, a menos que venga
acompañado de un resultante trastorno global.
Jacob Funk Kirkegaard, investigador honoris del Instituto Peterson de
Washington, cree que el FMI ha llegado ya muy tarde al debate sobre la
globalización, tal como lo demuestran las recientes incursiones del
nacionalismo populista en todo Occidente y especialmente en Estados Unidos,
Gran Bretaña y Francia. En una entrevista reciente con el diario español El País, afirmó que uno de los problemas
es que los economistas han confiado demasiado tiempo en herramientas que miden
el crecimiento económico estrictamente en términos de Producto Interno Bruto
(PIB). "Pero... si ese crecimiento va al dos por ciento de la población y
el otro 98 por ciento pierde, usted termina teniendo un problema
político". Y esa es una descripción bastante justa de precisamente lo que
ha estado ocurriendo en un grado cada vez mayor durante las últimas décadas.
El economista Premio Nobel Joseph Stiglitz ha calificado de
"estúpida" la idea conservadora de que si los gobiernos pudieran
simplemente mantener equilibradas sus cuentas públicas, los mercados funcionarían
libremente, proporcionando beneficios y pleno empleo, haciendo que todo el
mundo pudiera beneficiarse. Stiglitz postula que, por lo contrario, cuando hay
integración económica, hay ganadores y perdedores, salvo cuando se introducen poderosas
políticas liberales para proteger a estos últimos.
Esta es precisamente una idea que el FMI intenta ahora introducir en
sus políticas, en lo que sólo se puede ver como una puja de última instancia, como
medio para corregir los errores de la globalización tal y como se conoce hasta
ahora. Pero aunque, en un movimiento claramente positivo, la institución
multilateral insta a sus miembros a comenzar a introducir políticas sociales
para proteger a los que quedan atrás y para incluirlos en los enormes
beneficios que la globalización ha proporcionado pero que han encontrado su
camino hacia los bolsillos de sólo un segmento minúsculo de la población, ésto
huele a muy poco, demasiado tarde.
El temor persistente entre los pensadores liberales en todo el mundo
es que bien podríamos vernos obligados a presenciar el ascenso y la caída
indudable e impensablemente destructivos del populismo nacionalista antes de
que se produzca cualquier corrección en la distribución de la riqueza global. Y
la otra pregunta que pocos están dispuestos a formular es, ¿en qué términos será
capaz la sociedad mundial de sobrevivir a ese proceso... si es que lo pueda
hacer?
No se entiende nada. La vuelta a la globalización va en contra de la aplicación de políticas sociales. Lagarde no cambió en nada: representa a los grandes capitales internacionales y solo busca defender las ganancias de los que más tienen.
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