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EL ESCURRIDIZO OBJETIVO DE LA IGUALDAD DE GÉNERO


"Las mujeres no buscamos tu validación"
La cuestión de la igualdad de género ha alcanzado, a escala mundial, el mismo nivel que otros asuntos sociales tales como la esclavitud y la tortura. Es decir, mientras que ahora se acepta generalmente en todo el mundo que la igualdad de género es un tema candente el cual debe ser tratado y mientras que, en general, la desigualdad de las mujeres, el abuso de sus derechos y la violencia de género son considerados como retrocesos hacia la barbarie y como aberraciones en la sociedad moderna, el hecho es que todavía queda un largo camino por recorrer para crear un mundo en el cual hombres y mujeres estén en pie de igualdad.
Es un hecho que, si bien el mundo ha logrado, indudablemente, avances serios hacia la igualdad de género y mientras que el empoderamiento de las mujeres ha crecido dentro del contexto de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (incluyendo mayor acceso a la educación primaria entre las niñas comparadas con los niños), en tal sentido apenas se ha raspado la superficie, y las mujeres y niñas siguen sufriendo discriminación y violencia en cada rincón del mundo. Esta es una declaración de hechos que no sólo debe ser motivo de sorpresa y consternación, sino que también debería generar profunda vergüenza y disgusto entre los líderes mundiales en su conjunto, porque no hay duda de que no se ha hecho lo suficiente para lograr que la igualdad de género sea objetivo prioritario global y menos aún para sacar, efectivamente, a las mujeres oprimidas de la pobreza, la ignorancia y la servidumbre, cuando ésto sea una meta eminentemente realizable en toda nación del mundo. Lo único que se necesita es una clara decisión para efectuar un cambio jurídico y cultural en forma inmediata.
"Cuando los hombre son oprimidos, es una tragedia. Cuando

las mujeres son oprimidas, es tradición."
En un mundo donde las redes sociales han proporcionado un vehículo para el libre intercambio de información a nivel base, el activismo se ha vuelto muchísimo más factible que nunca. Y cada vez hay una mayor conciencia de la situación de muchas mujeres en todo el mundo que siguen viviendo dentro de las limitaciones de culturas prácticamente medievales, donde las personas de su género siguen siendo tratadas como propiedad o ganado, desprovistas de casi cualquier derecho. Pero incluso dentro de estas culturas cerradas y fundamentalistas, la luz de la conciencia comienza a brillar a través de las ranuras, a medida que el activismo mundial conduce a una tendencia a no aceptar más estas discriminaciones como acciones "culturales" o "religiosas" o “privadas”, cuando niegan a las mujeres sus derechos humanos inalienables o cuando las someten a los dictámenes y leyes de sociedades patriarcales.
Sin embargo, la desigualdad persiste en gran escala. Uno de los problemas es, por supuesto, que casi todas las sociedades del mundo en las cuales uno puede pensar continúan, en mayor o menor grado, siendo "patriarcales", de hecho si no por naturaleza. Los gobiernos, incluso en las naciones más avanzadas de la tierra, siguen siendo dominados por los hombres, al igual que los negocios y las altas finanzas, a pesar de casos destacados de mujeres que llegan a la cumbre. Claro está que, aun cuando los hombres que ocupan los cargos más altos sean, de hecho, generalmente "machos alfa", por así decirlo, las mujeres suelen tener que realizar esfuerzos mucho mayores y ser mucho más sobresalientes en sus carreras que sus homólogos masculinos para lograr posiciones similares de empoderamiento.
Lo que esto significa es que, cuando se trata de garantizar los derechos y el progreso de las mujeres en todos los demás niveles de la sociedad, rara vez se les asigna la máxima prioridad o incluso la consideración básica y mínima que merecen y requieren. Dicho esto, el empoderamiento femenino es un objetivo absoluta e inmediatamente alcanzable. Sólo requiere de la voluntad social, legal y política para imponerse y convertirse en realidad.
Pese a los grandes avances que han logrado las mujeres a lo largo de los últimos treinta años, las estadísticas reunidas por importantes grupos de activistas cuentan la historia de cómo continúa la gran desigualdad. Uno de esos grupos es UN Women (Mujeres de la ONU), una organización intergubernamental que funciona bajo los auspicios de las Naciones Unidas. Según el grupo, a pesar de constituir casi la mitad de la población mundial, las mujeres en la actualidad sólo ocupan el 22,8% de todos los escaños parlamentarios nacionales (cifra que, sin embargo, duplica el 11,3% registrado en 1995). Sólo diez mujeres son actualmente jefas de Estado y solamente nueve son jefas de gobierno. De los 196 estados que existen actualmente, hay 38 en los cuales las mujeres ocupan menos del 10% de todos los escaños parlamentarios y en cuatro cámaras parlamentarias de esos países, directamente no hay mujeres.
Más específicamente, a través de las regiones, las estadísticas de UN Women muestran que la mayor proporción de mujeres en los poderes legislativos nacionales es de los países nórdicos (41,1%). Pero en Europa, si excluimos a los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia), esta proporción se reduce al 24,3%. En las Américas, el promedio es de 27,7%, mientras que en el África subsahariana es del 23,1%. En Asia, las mujeres representan sólo el 19,2% de todos los parlamentarios. En los estados árabes, la relación se reduce al 18,4% y entre los países del Océano Pacífico, al 13,5%. Sorprendentemente, para muchas naciones centrales que se consideran "muy avanzadas" en términos de igualdad de género, las estadísticas de UN Women indican que el país con el mayor número de mujeres parlamentarias a escala mundial es Ruanda, donde las mujeres han ganado el 68,3% de todas las bancas en la cámara baja.
Las mujeres ruandesas han pagado un precio oneroso por esa clase de igualdad. En 1994, en medio de una feroz lucha política, los extremistas hutus trataron de acabar con la población minoritaria tutsi. Realizaron una matanza genocida en la que más de un millón de personas fueron brutalmente asesinadas.
Existen numerosas teorías acerca de cómo la igualdad de género se aprovechó sin querer de esa horrenda carnicería mientras el mundo miraba y fingía no ver nada. Pero fue cuando Ruanda, con la ayuda de la ONU y de una investigación pos genocidio internacional, buscó reconstruir su destrozada nación. Lo que ocurrió, según Saadia Zahidi del Foro Económico Mundial, fue un cambio en la dinámica. En una entrevista con GlobalNews de Canadá, dijo que después del genocidio, eran menos los hombres que estaban dispuestos a trabajar o capaces de hacerlo y entonces las mujeres llenaron la brecha. Las viudas, indicó, se unieron entre sí y exigieron poder tanto político como económico. Eventualmente, formularon cambios en la Constitución de Ruanda para exigir que las mujeres ocuparan al menos el 30 por ciento de los cargos políticos más importantes del país. Ésto, a su vez, les proporcionó la influencia necesaria en el proceso electoral, y hoy en día Ruanda tiene el mayor porcentaje de mujeres en el parlamento de cualquier país del mundo.
Si bien esto puede parecer un resultado admirable tras lo que fue, sin duda, uno de los acontecimientos más horribles y vergonzosos de la historia mundial reciente, debería hacernos reflexionar. La moraleja parecería ser que los derechos de las mujeres se encuentran tan reprimidos, incluso en las principales naciones occidentales, que sólo un episodio político cataclísmico puede sacudir el sistema cultural patriarcal lo suficientemente como para que las mujeres se beneficien de manera significativa y se empoderen, camino a la igualdad de género y a su posicionamiento político.
Para aquellos que se preguntan cómo, sin tener que llegar a un hecho tal como un genocidio, se puede por lo menos empezar a superar siglos de discriminación, represión y actitudes sociales nefastas y ubicar a las mujeres en el camino hacia el pleno empoderamiento, hay pasos claros hacia el logro de tal objetivo. Todo comienza, como la mayoría de los grandes cambios, con la educación, empezando por medidas para proporcionar educación pos primaria a todas las niñas, al tiempo que se siga cumpliendo con los compromisos de imponer la enseñanza primaria obligatoria y universal.
Otro paso es el de imponer garantías firmes para la salud y los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Y esto debería ir acompañado de una protección garantizada de los derechos de propiedad y herencia de las mujeres y de las niñas. Además, se deben establecer e imponer, como algo natural en todas las naciones del mundo, leyes para garantizar la protección de las mujeres y niñas contra cualquier tipo de violencia centrada en el género, incluyendo rituales aberrantes tales como los "asesinatos por honor" y las violaciones de guerra, que en gran medida, hoy en día, quedan impunes en muchas partes del mundo.
Los programas de infraestructura deben dar prioridad a la reducción de la mano de obra doméstica que actualmente ocupa el tiempo de las mujeres y niñas en muchas naciones de bajos recursos en todo el mundo, y la desigualdad de género en el lugar de trabajo debe ser reducida y eventualmente eliminada por completo, dando fin, asimismo, a la dependencia de las mujeres del empleo informal como medio de ganarse la vida. En cuanto al pago de haberes, estas brechas de género también deben ser cerradas, con el objetivo de llegar a un estado de pago igual por trabajo igual, y como correlato, la forma de discriminación laboral conocida como "segregación de género" debe ser eliminada.
Para que todo esto suceda, las mujeres deben recurrir cada vez más a instancias clásicas de activismo y organización, como para poder exigir su justa participación en el poder político, tanto en los parlamentos nacionales como en los gobiernos locales. Sólo con el avance del empoderamiento político de las mujeres se podrán realizar todos estos otros avances hacia la igualdad de género. Y nadie en un mundo patriarcal será capaz de entregar ese tipo de empoderamiento sin resistencia alguna. Las mujeres, y los hombres liberales que apoyan su causa, tendrán que defenderse y tomar la igualdad que es legítimamente suya, tal como han hecho las minorías raciales y étnicas antes que ellos en sus propias luchas por los derechos civiles.
El mundo se beneficiará en todos los sentidos del empoderamiento de las mujeres y de los cambios políticos, sociales y culturales que las mujeres de sustancia, seguramente, traerán a la mesa.
        


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