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LA ELECCIÓN FRANCESA Y LO QUE SIGNIFICA PARA LA DEMOCRACIA


Emmauel Macron - un triunfo para la democracia occidental
¡Vive la démocratie française! Los demócratas liberales a través de toda Europa y en todo el mundo dieron un suspiro de alivio colectivo el fin de semana pasado después de que los votantes franceses optaran en su abrumadora mayoría en contra del proyecto de extrema derecha nacionalista de Marine Le Pen. Pero mientras que las cifras iniciales demostraron a su opositor, Emmanuel Macron, habiendo ganado una victoria decisiva, un análisis más profundo deja lugar a gran preocupación acerca de hacia dónde llevarán las mareas de la democracia francesa y las tendencias entre los votantes de esa nación, que bien podrían reflejar las emergentes en el resto de Europa y Occidente.
En primer lugar, es importante tener en cuenta no sólo quienes votaron por Macron y Le Pen, sino también quienes no lo hicieron.
Alrededor del nueve por ciento de los que votaron en las elecciones presidenciales del domingo emitieron votos en blanco o inservibles. En su mayor parte, probablemente no fueron votos erróneos, sino intencionalmente adulterados o incompletos. El así llamado ballot blanc es un medio tradicional de protesta en Francia y la proporción de nueve votos en blanco o adulterados de cada 100 votos emitidos marca un récord para todos los comicios presidenciales desde que Charles de Gaulle fundara la Quinta República en 1958.
Esto indica claramente la insatisfacción de los votantes con los dos candidatos que disputaron la elección, y esa falta de simpatía se subraya aún más mediante el más del 25 por ciento de los votantes franceses que se abstuvieron por completo de concurrir. Según los medios de comunicación, esta fue la tasa de abstención más alta para cualquier elección presidencial en casi medio siglo. Tradicionalmente, Francia tiene una alta participación de votantes, en comparación, por ejemplo, con Estados Unidos (donde sólo alrededor de la mitad del electorado participó en la última votación presidencial, permitiendo a Donald Trump ganar la Casa Blanca con el respaldo de apenas algo más de un cuarto de todo el electorado). Pero esta vez, 12 millones de potenciales votantes franceses se mantuvieron alejados de las mesas electorales, cerca de tres millones más que el total que se abstuvo en la anterior carrera presidencial, cuando la participación fue equivalente a casi el 80 por ciento del electorado potencial.
En otras palabras, una cuarta parte del electorado francés simplemente no se molestó en votar por ninguno de los dos candidatos en la carrera. Si bien eso puede ser una mala noticia para ambos candidatos, madame Le Pen fue claramente la mayor perdedora en este caso, así como en un sentido general, ya que los analistas afirman que la mayoría de las abstenciones se daban entre una izquierda francesa muy desilusionada, y quienes, si hubiesen votado, habrían hecho aún más abrumador el voto en contra de ella. Ese resultado significa que Marine Le Pen no fue ni siquiera segunda a Macron, sino tercera (por un margen de diez por ciento), después de aquellos que decidieron abstenerse por completo.
Le Pen o Macron...16 millones optaron por el "ni"
Pero fue, asimismo, una advertencia hacia Macron, en cuanto a que se quedó corto entre los indecisos, y especialmente entre los izquierdistas, al tratar de formar un frente político amplio, y de complacer a todo el mundo, pese a enfrentarse a una candidata de extrema derecha claramente reconocible (y peligrosa). 
La cruda realidad para ambos candidatos es que 16 millones de votantes franceses se negaron, de una forma u otra, a votar por cualquiera de ellos. Fueron cinco millones más de votantes que el total que se abstuvieron en la anterior elección presidencial que François Hollande ganó en el 2012. Muchos de los que se abstuvieron fueron seguidores de campañas organizadas que presentaron a los dos candidatos como una elección entre el menor de dos males. Una de esas campañas, Boycott 2017, postulaba que este tipo de elección representaba la desaparición de la democracia francesa y que, como tal, los votantes debían abstenerse de emitir sus votos para cualquiera de los dos candidatos en una muestra popular de principios democráticos.
De hecho, Francia cuenta con un sistema electoral robusto y con una fuerte tradición republicana. Las victorias de Donald Trump y de Brexit palidecen en comparación. Pero también hay que recordar que Trump no es un producto de la extrema derecha establecida y que muchos de los votantes indecisos que lo favorecieron no lo vieron —pese a su obvia inclinación política— como representante del nacionalismo populista de extrema derecha, sino como un giro agudo (no importa en qué dirección) hacia un cambio en el acostumbrado día a día en Washington. Ese no es el caso de Le Pen, cuyas credenciales nacionalistas de extrema derecha están bien establecidas y que le fueron transmitidas por su padre, el nacionalista popular xenófobo más famoso (o infame) de Francia. Mientras tanto, la mayoría de los que votaron a favor de Brexit en Inglaterra estaban votando justamente por eso —una salida de la Unión Europea y del llamado de la UE a aceptar como propia la crisis de los refugiados— no por los Nigel Farage o por los Boris Johnson detrás de ella. Estaban votando contra la inmigración y el globalismo, no por un candidato en particular. En el caso de Marine Le Pen, los votos que obtuvo fueron de personas que creen que su estilo de nacionalismo popular aislacionista sería un buen cambio para Francia. Visto de esta manera, el haberse ganado uno de cada tres votos emitidos para un candidato u otro es un mensaje revelador sobre el estado de la democracia liberal en Francia, y, de hecho, en Europa. Y este es un hecho que Macron no puede darse el lujo de ignorar a medida que avanza en búsqueda de un remedio para las divisiones en su país y en Europa.
Marine con su padre ultraderechista, Jean-Marie Le Pen
En comparación con el apoyo recibido por los dos anteriores presidentes, la victoria de Macron parece brillante. Los 20,7 millones de votos que recibió lo colocan muy por encima de la popularidad inicial del actual presidente Hollande (quien ganó con 18 millones de votos), o del ex presidente Nicolas Sarkozy (quien recibió 18,9 millones de votos). Pero eso no desmiente los avances históricos de la extrema derecha, ya que cuando Jacques Chirac se enfrentó al padre de Marine Le Pen en el 2002, le propinó al candidato de extrema derecha una aplastante derrota, al recibir 25,5 millones de votos en esa elección presidencial. Por otra parte, mientras que Macron ganó el 66 por ciento de los votos emitidos para cualquiera de los candidatos, en comparación con el 33 por ciento de Le Pen, si las abstenciones y los votos en blanco se calculan, el presidente electo sólo ganó, en realidad, el 43,6 por ciento de los votos potenciales, contra el 22 por ciento del electorado potencial que fue a Le Pen.
En Francia, al igual que en las últimas elecciones en Estados Unidos, una de las principales fuerzas motrices entre el electorado ha sido la furia reprimida en cuanto a la voz política perdida por el ciudadano común, la cual, con demasiada frecuencia y por desgracia, se manifiesta como resurgimiento de un nacionalismo y aislacionismo rabiosos, así como la división social a lo largo de líneas raciales y/o étnicas. Estos son los principios nacidos del facilismo político que los Donald Trump y las Marine Le Pen del mundo utilizan, sin consideración alguna hacia el potencial malestar y violencia que estas políticas populistas pseudodemocráticas tienden a generar.
Es aquí donde Macron no puede permitirse el lujo de fracasar. El hecho de que no responda a partido político alguno en Francia es visto por muchos observadores como una debilidad en momentos en que se prepara para tomar el timón. Pero podría ser, de hecho, una ventaja, ya que no trae consigo rivalidades políticas heredadas y puede, por lo tanto, trabajar para obtener un amplio apoyo para sus políticas entre todos los segmentos de la política francesa. Lo que más entrará en juego será su capacidad de crear extensas relaciones y de calmar las divisiones en beneficio a la República Francesa en su conjunto. En este sentido, su perfil como independiente que logró una victoria aplastante debería funcionar enteramente a su favor en la obtención de un amplio respaldo de todos, salvo en la extrema derecha y la extrema izquierda del espectro político, cuyo avance Macron debe tratar de aislar y bloquear.
En un momento en que el mundo ha sido testigo de un asombroso resurgimiento del nacionalismo de extrema derecha y de una clara amenaza autoritaria a la democracia en el escenario político mundial, la victoria de Emmanuel Macron como el presidente más joven de la historia francesa es causa de celebración y optimismo entre los verdaderos demócratas. Su triunfo va más allá de una victoria en una elección cualquiera. Representa un triunfo decisivo sobre la tendencia actual establecida por el tipo de xenofobia nacionalista representada por el presidente estadounidense, Donald Trump, por el político británico Nigel Farage, por la facilitadora de Brexit y primera ministra británica Theresa May y por la propia Marine Le Pen en Francia. Simboliza, asimismo, la defensa inquebrantable de la Unión Europea y de los ideales que la UE ha simbolizado como principal guardián de la paz durante los últimos 70 años en una Europa alguna vez devastada por la guerra: no debemos jamás olvidar que ese continente fue el principal escenario de ambas guerras mundiales. En este sentido, el hecho de que la "cortina musical" para el discurso victorioso de Macron fuera la "Oda a la Alegría" de la Novena Sinfonía de Beethoven (que también es el himno de la Unión Europea), y no el himno de Francia (La Marseillaise), muestra el compromiso del nuevo presidente en cuanto a reafirmar la participación de Francia en el futuro de Europa.
Más aún, el triunfo decisivo de Macron tiende a garantizar que Francia no caiga, como lo ha hecho Estados Unidos, en el juego del régimen de Vladimir Putin en Rusia. El cortejo a Putin y a su desdén hacia la UE han sido posturas escalofriantemente similares entre Marine Le Pen y Donald Trump, quien ha elogiado descaradamente al presidente ruso y restado importancia a la UE, ignorando el hecho de que los intereses del hombre fuerte ruso son diametralmente opuestos tanto a los de Estados Unidos como a los de la UE y, lo que es más importante, son contrarios a la democracia de estilo occidental. Elogiar el liderazgo de Putin es ser apologista del autoritarismo y cualquier movimiento hacia los lazos que legitiman las agresiones del régimen de Putin en el extranjero y el abuso de autoridad en su país vienen en detrimento de aquellas democracias cuyos líderes las fomentan. Así que la victoria de Macron es, entonces, un alivio en este sentido también.
En resumen, los votantes franceses y su presidente electo, respaldado por la gran mayoría, significan una nueva esperanza para el futuro de la democracia, la paz y la armonía, siempre que Macron se demuestre digno de la desalentadora tarea que le espera respecto de curar divisiones y restaurar el fervor democrático, no sólo en su país, sino también en Europa y Occidente en general.


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