El asesinato, el día 15 de mayo ppdo, de Javier Valdez Cárdenas, renombrado
periodista investigativo mexicano, cuyo trabajo se enfocaba en el cartel de
drogas de Sinaloa, ha atraído nueva atención a la violencia relacionada con narcóticos
en México. En los últimos años, el nivel de violencia vinculado al narcotráfico
en México ha alcanzado la importancia de una guerra a gran escala. De hecho, es
actualmente el segundo conflicto armado más letal sobre la tierra.
El asesinado periodista Javier Valez Cárdenas |
Estadísticas recientes demuestran este hecho: Siria ha sido el peor
conflicto del mundo prácticamente desde sus comienzos hace seis años, y el año
pasado no fue la excepción: 50.000 personas más murieron como consecuencia de
esa lucha armada durante 2016. Pero la guerra narco de México estuvo en segundo
lugar en cuanto a víctimas fatales el año pasado, con un total de 23.000 muertos.
Es una cifra extremadamente llamativa cuando se compara con guerras de más alto
perfil como la de Afganistán (donde hubo 16.000 muertos el año pasado), o la de
Irak (donde la suma de muertos en la lucha armada el año pasado llegó a
17.000), mientras que la lista de fatalidades en la devastadora guerra del
Yemen tomó un distante cuarto lugar el año pasado al sumar 7.000. El nivel de
víctimas fatales en la guerra narco de México se hace aún más impactante en
virtud del hecho de que prácticamente no hay muertes causadas por armas de
destrucción masiva tales como bombas, misiles, ataques con gases, artillería o
ataques aéreos, como es el caso, por ejemplo, en la guerra de Siria o en las
otras tres guerras mencionadas. Prácticamente todas las muertes en la guerra
narco en México son el resultado de armas de fuego livianas y de puño.
El asesinato de Valdez Cárdenas a plena luz del día en una calle
mexicana fue el último de una serie de ataques contra la prensa. Nueve
periodistas fueron asesinados en ese país durante 2016. Tres más fueron
asesinados sólo durante el mes pasado, y cinco han sido asesinados desde marzo.
Se ha dado muerte a 30 periodistas en México desde 2012. La organización periodística
internacional Reporteros sin Fronteras ahora clasifica a México como el país
más peligroso de la tierra para los profesionales de medios (más, aparentemente,
que Siria o zonas de combate cerca de territorios de Irak ocupados por Estado
Islámico).
Los informes de Valdez Cárdenas focalizaron, en gran parte, su propia
ciudad natal de Culiacán y alrededores, en el estado de Sinaloa, en el corazón
del Cartel de Sinaloa, otrora territorio del narcotraficante Joaquín "El
Chapo" Guzmán, quien ahora se encuentra detenido en una prisión federal
estadounidense. El reciente recrudecimiento de la violencia en esa región de
México ha sido el resultado de luchas entre bandas para disputar quién tomará
el control del cartel ahora que "El Chapo" está fuera de escena.
Valdez Cárdenas, el sexto periodista asesinado en Sinaloa desde el año 2000,
fue citado diciendo que tanto los periodistas como los residentes de su estado
tenían que aprender "a vivir en tiempos en que las balas están volando a
nuestro rededor."
Cabecilla narco "El Chapo" Guzmán preso |
La guerra narco de México es, en gran parte, una extensión de la
llamada "guerra contra las drogas" del gobierno de Estados Unidos. El
término se remonta a la administración del presidente Richard Nixon en la
década de 1970, pero la auténtica naturaleza bélica de esa guerra de Estados
Unidos contra el tráfico de estupefacientes se expandió enormemente bajo las
administraciones de los presidentes Bill Clinton y George W. Bush. El gobierno
de Estados Unidos ha inyectado cantidades siderales de dinero y recursos
físicos y humanos en llevar a cabo una lucha internacional desde los años
noventa. En Colombia, por ejemplo, la participación de Estados Unidos en la destrucción
de los carteles enormemente lucrativos de ese país fue tal que esa nación
sudamericana llegó a convertirse, en un momento, en el segundo receptor, después
de Israel y Egipto, de ayuda estadounidense, recibiendo más de 2 mil millones
de dólares del tesoro norteamericano en un lapso de tres años justo antes y
después del cambio de milenio, la mayor parte de esa suma en calidad de ayuda
militar.
Parece casi una ironía que el desmantelamiento de los carteles de Cali
y Medellín en Colombia resultó una bendición para los carteles alguna vez
menores de México, cuyos jefes, hasta entonces, habían sido narcotraficantes de
segunda categoría. Esta nueva dinámica colocó el centro de distribución ilícito
de narcóticos justo en el patio trasero de Estados Unidos. A medida que la
violencia tanto entre los traficantes mismos como entre las operaciones de los
narcotraficantes mexicanos y la policía se salía fuera de control, el entonces
recién electo presidente mexicano, Enrique Calderón, ordenó en el 2006 a los
militares que se unieran a la lucha contra los carteles narco. El
desmantelamiento de esos carteles se ha convertido en el ostensible objetivo
principal del gobierno mexicano en la guerra narco, dejando a cargo de los
agentes anti narco estadounidenses la detención en sí del tráfico.
Resulta justo, quizás, interpretar esta división estratégica como
aceptación por parte de México de la guerra narco en sí como su problema pero no
así de su distribución final que considera básicamente como problema de Estados
Unidos. De hecho, el tráfico de drogas ilícitas mexicanas sirve casi
exclusivamente al enorme apetito por las drogas en Estados Unidos. Entre otros
estupefacientes, los carteles mexicanos suministrarían al menos el 90 por
ciento de la cocaína consumida actualmente en Estados Unidos.
La detención de los principales traficantes, como "El Chapo"
Guzmán, no ha hecho nada para detener la violencia en México. Por lo contrario,
la desaparición de escena de cualquier gran narcotraficante desencadena un
nuevo aumento en los combates de la guerra narco, ya que otros cabecillas se
enfrentan a luchar por el territorio previamente operado por quien se ha
retirado. Y en un sentido muy real, el principal problema que alimenta la
guerra narco en México es mucho menos uno de oferta que de enorme demanda, además
del lavado de dinero, que se originan tras la frontera en Estados Unidos.
Dibujo cortesía del Denver Post: "¿No puedes hacer nada para
sacarme a todos estos malvivientes de la frontera?"
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Es ahí, mientras tanto, que la guerra contra las drogas ha hecho poco
y nada para llegar a la raíz del problema, que es la demanda. La acción del
gobierno de Estados Unidos ha tendido a concentrarse en la criminalización del
uso de drogas —además de la persecución del narcotráfico—en lugar de poner el
foco en programas más agresivos de concientización, prevención y tratamiento.
Se estima que existen actualmente más de 300.000 presos relacionados con las
drogas en las cárceles estadounidenses. De las 197.000 personas que se hallan hoy
purgando condena en las prisiones federales de Estados Unidos, se estima que
97.000 (o cerca de la mitad) están allí por delitos involucrados con la droga.
De la población de 1,3 millones de condenados en instituciones carcelarias bajo
la jurisdicción de los diferentes gobiernos provinciales en Estados Unidos, se
estima que 208.000 están detenidos por delitos relacionados con las drogas. Y
estas cifras no tienen en cuenta los casi 150.000 prisioneros detenidos
(condenados o no) en las cárceles de las ciudades y condados por cargos
relacionados con los narcóticos. De hecho, una de cada cinco personas
encarceladas en Estados Unidos ha sido detenida por cargos bajo leyes contra
los estupefacientes. Y casi el 75 por ciento de todos los encarcelados por
cargos relacionados con las drogas son latinos o personas de raza negra.
Golpe contra el cartel de Sinaloa |
Alimentar el hábito de EEUU es un negocio ilícito para los carteles
mexicanos que se estima entre 19 y 29 mil millones de dólares por año, el cual,
a su vez, provee un mercado narco en EEUU valuado en entre 200 y 750 mil
millones de dólares. La idea de que esta marea altamente lucrativa de actividad
ilegal pueda ser interrumpida por la construcción de "un muro fronterizo
más grande y mejor", como sugiere la actual administración estadounidense,
parece totalmente absurda (o tal vez no sea más que una promesa hueca de campaña
para captar los votos de quienes no tienen idea alguna de cómo funciona el
narcotráfico), ya que los enormes ingresos que el éste y la distribución
generan proveen amplios recursos para financiar las metodologías más creativas
imaginables. Durante décadas, los traficantes han estado pasando por alto las
vallas fronterizas de Estados Unidos utilizando métodos tan medievales como
catapultas y túneles y tan modernos como barcos de alta velocidad, aviones no
tripulados, entrega postal mediante correos privados e incluso submarinos. En
EEUU hay un viejo refrán que dice que “donde existe la voluntad, existe la
manera” y los ingresos narco que suman decenas de miles de millones de dólares
pueden comprar una gran cantidad de voluntad.
Como muchas otras guerras que financian las naciones del Primer Mundo,
la guerra narco en México es, de alguna manera, una guerra por encargo, como lo
fuese la anterior guerra narco en Colombia. Mientras que el apetito estadounidense
por todo tipo de droga imaginable es la causa directa del tráfico y por lo
tanto de las guerras narco, Estados Unidos parece renuente a pelear las peores
batallas de esas guerras en su propio suelo, prefiriendo enfrentarse al enemigo
en países donde la oferta se está generando en respuesta a una demanda enorme y
pudiente, en lugar de encontrar formas más eficaces de hacer frente a lo que
está alimentando la creciente demanda en su propio país y encontrar maneras de reducirla
en forma drástica. Parece claro que encarcelar a los consumidores no está funcionando.
Por lo contrario, existen estudios que sostienen que muchos consumidores de
droga que caen presos dejan la cárcel más profundamente involucrados que nunca en
la cultura narco. Y el estigma que llevan como ex convictos hace que sea más
probable que terminen traficando como medida no sólo para alimentar su propio
hábito sino también para evitar el tipo de trabajo a menudo reservado para ex
convictos.
Mientras tanto, la guerra narco en México se agrava sin cesar, con más
de 100.000 personas habiendo pagado con sus vidas —entre las 60.000 muertes
oficialmente reconocidas y las decenas de miles más que han
"desaparecido"— desde el comienzo del conflicto.
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