La idea general detrás de la teoría del ingreso básico universal (IBU),
sobre el cual he escrito en dos blogs anteriores —http://vivolaguerralajusticiaylapaz.blogspot.com.ar/2017/06/el-controvertido-y-visionario-concepto.html
y http://vivolaguerralajusticiaylapaz.blogspot.com.ar/2017/07/milton-friedman-voz-conservadora-que.html—
es que debe ser incondicional. Por esta razón, algunos economistas y filósofos
políticos prefieren la sigla IBI, Ingreso Básico Incondicional. La mayoría de
los proponentes de la idea están de acuerdo en este único punto.
La razón más socialmente potable en este sentido es que el IBU es una
forma de asegurar una alternativa universal a la pobreza. Pero el mejor
argumento económico a favor del IBU es bien práctico: Al proporcionar a todos
los ciudadanos, sin importar cuáles sean sus condiciones económicas o sociales,
con una forma básica de subsistencia, reduciría muy sustancialmente la enorme
burocracia que actualmente se ocupa de examinar a los beneficiarios y
potenciales beneficiarios de los programas de bienestar social, igual que al
presupuesto necesario para mantener esa burocracia. Esto podría generar miles
de millones de dólares en ahorros y hacer que los gastos de asistencia social
sean mucho más sencillos y extremadamente más efectivos, permitiendo que los
fondos de ayuda social vayan directamente a los ciudadanos en vez de quedarse
pegados a las agencias encargadas de distribuirlos entre “los merecedores”.
Más allá de este punto de consenso casi unánime, sin embargo, existen
numerosos puntos de vista sobre por qué el IBU es una idea que ha madurado, sobre
cómo implementarlo y sobre cuáles son sus ventajas para la sociedad en todo el
mundo. En este artículo, quiero compartir algunas de las opiniones más
destacadas de hoy entre teóricos del IBU, quienes son considerados expertos mundiales
en el tema.
Rutger Bregman |
Uno de los principales promotores del IBU es el investigador holandés
Rutger Bregman. Pese a no cumplir todavía los 30 años de edad, Bregman ya es
reconocido como periodista, historiador y autor. Su Historia del progreso fue galardonada con el Premio Liberal belga como
mejor libro de no ficción del 2013, y su Utopía
para realistas se ha convertido en un bestseller
internacional con traducciones a más de una veintena de idiomas. Se le atribuye
el haber generado un movimiento de apoyo al ingreso básico incondicional que ha
atraído la atención mundial.
En Utopía para
realistas, Bregman intenta dejar de lado las divisiones entre derecha e
izquierda para demostrar con hechos concretos y casos exitosos que muchas de
las ideas nuevas calificadas de “utópicas” por sus oponentes —por ejemplo, una
semana de trabajo de 15 horas y un ingreso básico universal— son ideas
implementables y prácticas cuyo tiempo ha llegado. Bregman desarrolla su teoría
partiendo de la premisa de que prácticamente todo lo que existe hoy es mejor
que lo que fuera durante el 99 por ciento de la historia anterior. Esta no es
una opinión compartida por muchas personas hoy en Occidente cuando se habla
mucho del “rápido declive de las cosas”, y se señala como prueba puestos de
trabajo cada vez más reducidos, concentración de la riqueza en la cima,
reducción de las escalas salariales, los peligros del cambio climático global, la
tendencia hacia el populismo de derecha y una creciente población mundial
encabezando la lista de máximas preocupaciones.
Pero Bregman postula que “durante casi el 99 por ciento de la historia
del mundo, el 99 por ciento de la humanidad era pobre, hambrienta, sucia, miedosa,
estúpida, enferma y fea.” Afirma que todo esto ha cambiado en los últimos dos
siglos y que el cambio ha formado parte de una tendencia progresivamente
positiva: “Miles de millones de nosotros” —dice— “nos encontramos
repentinamente pudientes, bien nutridos, limpios, seguros, inteligentes, sanos
y, a veces, incluso hermosos. Donde el 84 por ciento de la población mundial
todavía vivía en la pobreza extrema en 1820, para 1981 ese porcentaje se había
reducido al 44 por ciento, y ahora, unas pocas décadas después, se encuentra
por debajo del 10 por ciento.”
Si bien esto puede ser considerado como un punto de vista altamente
optimista que, sin duda, suscitaría el debate en muchos círculos —en especial,
entre los grupos de ayuda que luchan por recaudar fondos para alimentar a los
hambrientos del mundo y para socorrer a más de 60 millones de refugiados de
naciones devastadas por la guerra y por la ruina económica— se alinea con el principal
argumento de Bregman en el sentido de que cada hito en la civilización ha sido
considerado en algún momento como “una fantasía utópica”, y que, tal como esos
otros logros, el IBU está destinado a convertirse en una realidad práctica y
común.
Su postura se encuentra enfrentada con la de los populistas
derechistas como Marine Le Pen, Nigel Farage y Donald Trump, quienes buscan un
retorno a “como fuera todo antes.” Sus soluciones son simples y claras. “La
pobreza —dice— no significa falta de carácter. Significa falta de dinero.” Y su
idea para sacar a la gente de la pobreza es simplemente dar a todos dinero
gratis para asegurar su subsistencia.
He mencionado en mi entrada anterior que se trata de una idea
compartida por un icónico economista conservador estadounidense, el difunto
Milton Friedman. Pero muchos jóvenes se sorprenderían al saber que el país más
grande que jamás se acercó a la implementación práctica del IBU en todo el mundo
fue, de hecho, Estados Unidos y que la propuesta para hacerlo no fue avanzada
por un liberal, sino por uno de los presidentes republicanos más conservadores
de la historia de ese país, Richard Nixon. Bregman cuenta cómo Nixon envió dos
veces al Congreso un proyecto de ley para implementar el ingreso básico
incondicional, logrando impulsarlo dos veces a través de la cámara baja, sólo
para verlo atrancarse y morir en el Senado, porque los demócratas consideraban
que la cantidad de dinero en efectivo del IBU propuesto era demasiado baja.
Aspiro a escribir en más detalle sobre las teorías que Bregman
desarrolla en la Utopía para realistas
en algún momento, pero basta por ahora decir que lo que él postula es la
simplificación del “estado de bienestar” en un sistema por el cual cada persona
tiene derecho a la subsistencia básica. Él indica que el sistema actual está
fallando por aplicar un “estándar de progreso” que data de otra época, la era
de la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que la guerra haya terminado hace siete
décadas significa que “nuestras estadísticas ya no captan la forma actual de
nuestra economía.” Y, según Bregman, esta realidad tiene consecuencias.
Bregman propone que cada época requiere su propio conjunto de
estadísticas. Y, al hablar de esto, presenta un argumento estadísticamente
claro para apoyar al IBU: “Erradicar la pobreza en EEUU —postula— costaría sólo
alrededor de 175 mil millones de dólares, menos del 1 por ciento del PBI.” Aquí,
yo añadiría, se trata de una cifra que es más de cuatro veces menor que el
total del gran rescate bancario que el gobierno estadounidense implementó
después del debacle financiero del 2007, y, tal como marca Bregman, “ganar la
guerra contra la pobreza sería una ganga en comparación con las guerras en
Afganistán e Irak, que, según un estudio de la Universidad de Harvard, han costado...
un asombroso 4 a 6 billones de dólares.”
Argumenta, además, que “ha estado, hace años, dentro del alcance de todos los
países desarrollados la posibilidad de acabar con la pobreza.”
Muchas de las voces que pregonan las virtudes del IBU
pertenecen a economistas y sociólogos que forman parte de lo que ha llegado a
conocerse como la “izquierda libertaria”. Libertarismo de izquierda es el
nombre dado a una variedad de enfoques a la teoría política y social vagamente
relacionados pero a menudo distintos. Lo que todos estos enfoques tienen en
común es su énfasis en la igualdad social y las libertades individuales.
Mientras que en su franja de extrema izquierda, el libertarismo de izquierda es
sinónimo de variedades libertarias del anarquismo y del marxismo, cuando se
trata del debate respecto del IBU, se refiere a las ideas de pensadores tales como
Peter Vallentyne, Hillel Steiner y otros que defienden la propiedad individual.
Hacen, sin embargo, una distinción no tan sutil entre propiedad personal y
propiedad privada, pero aplicando principios igualitarios a los recursos
naturales, que ellos consideran un derecho nato de cada individuo.
En esta variedad de libertarismo de izquierda, los recursos naturales
se definen, prácticamente, como la tierra, el petróleo, la riqueza mineral
(incluyendo el oro) y la vegetación. En general, creen que tales recursos deben
estar sujetos a reglas igualitarias y que no deben tener propietarios o bien ser
propiedad colectiva como en la ortodoxia de estilo marxista. Los más liberales
y progresistas de estos libertarios de izquierda apoyan la propiedad privada,
incluso cuando se aplica a las concesiones de recursos naturales, pero sólo con
la condición de que se proporcione a la comunidad local una compensación
adecuada (es decir, una compensación que realmente llegue al individuo de
manera significativa) cuando se concedan recursos a concesionarios privados.
Peter Vallentyne |
Poseedor de doble ciudadanía de Estados Unidos y Canadá, el Dr. Peter
Vallentyne, de 65 años de edad, es nativo de New Haven, Connecticut, pero
actualmente es profesor de filosofía en la Universidad
de Missouri (Columbia, MO). También ha enseñado en la Virginia Commonwealth University y en la University of Western Ontario. Habiendo escrito y dictado
conferencias extensamente sobre una amplia variedad de asuntos relacionados, es
un claro defensor de la compensación por los recursos naturales como una fuente
para la financiación del ingreso básico universal.
Vallentyne propone que, aunque todas las formas de libertarismo
rechazan el “impuesto no consensual al trabajo y a los productos del trabajo”,
todos excepto el libertarismo radical de derecha permiten un impuesto a la
riqueza sobre los derechos de los recursos naturales. Señala los diferentes
grados de aceptación que encuentra este principio entre los libertarios, diciendo
que “algunas versiones del libertarismo permiten la distribución igualitaria e
incondicional de tales ingresos y otros no.” La propia teoría de Vallentyne
sobre el IBU es compleja, pero parece basarse en ciertos factores claros: la
justicia de un ingreso básico en ausencia del consentimiento válido de los que
deben financiarlo, y el respaldo de la plena propiedad misma y de la plena
propiedad de “los productos del trabajo”, pero no sobre los recursos naturales de
donde se derivan estos productos.
En otras palabras, plantea que, si bien sería excesivo recuperar todos
los recursos naturales y someterlos a la propiedad colectiva, los que tienen
derecho a la propiedad sobre los recursos naturales deberían pagar una
compensación a los individuos que, al no tener tales derechos, se ven privados
de la misma “oportunidad de bienestar” de la cual goza el poseedor de recursos
naturales. En resumen, Vallentyne propone que “ningún agente humano crea los recursos
naturales, y no existe razón alguna para que la afortunada persona que sea el primero
en reclamar los derechos sobre un recurso natural, y los herederos de esos
derechos, coseche todos los beneficios que el recurso proporciona.” Según
Vallentyne, la renta básica universal debería ser pagada con los impuestos que
gravan los derechos de propiedad sobre los recursos naturales, pero no sobre
los productos del desarrollo del recurso.
Sin embargo, a diferencia de otros defensores de los ingresos básicos,
Vallentyne reflexiona sobre si el IBU debería ser universal, o simplemente
incondicional, considerando que quizás aquellos con más activos que la norma
deberían recibir menos o ningún beneficio de IBU. Visto de esta manera, me
parece un poco menos probable que su propuesta pudiera reducir
significativamente la burocracia, porque esto implicaría, presumiblemente, un complicado
proceso de investigación.
Ésta constituye una gran diferencia entre la visión de Vallentyne y la
de Hillel Steiner. Steiner —nacido en Canadá, profesor emérito de filosofía
política de la Universidad de Manchester, que fue inscripto en la Academia
Británica en 1999— cree que muchos de los actuales problemas sociales del mundo
se resolverían instituyendo el pago de un ingreso básico a cada individuo en la
tierra. Dice Steiner: “A diferencia de la actual prestación estatal de
beneficios de bienestar social —disposición condicionada a que sus receptores
estén enfermos, o sean padres solteros, discapacitados, desempleados o
jubilados— el IBU está destinado a todos, tanto ricos como pobres.” Señala que,
“su administración sería mucho menos costosa que la de cualquier provisión de
prestaciones condicionales, ya que, siendo universalmente suministrado, el IBU
no requeriría de ninguna evaluación de las circunstancias personales de sus
beneficiarios.”
Hillel Steiner |
Otra parte de su argumento a favor del IBU es la simplificación de
cómo pagarlo. Con este fin, se propone la aplicación de un impuesto básico a la
tierra (IBT) como fuente principal de financiación del IBU porque constituye “el
impuesto perfecto” y neutraliza el argumento más citado contra el bienestar: es
decir, gente sana que vive parasíticamente de la riqueza creada por
contribuyentes que trabajan.”
El IBT, Hillel postula, “es un gravamen sobre el valor no mejorado de
un terreno —una tasa que, a diferencia de los impuestos a la propiedad, no
tiene en cuenta el valor de los edificios, propiedad personal y otras mejoras a
ese sitio.” O sea, pasa la clásica prueba, en cuanto a que el gravar el valor
de un recurso en bruto, según la postura libertaria de izquierda al menos, es
un gravamen a algo que pertenece a todo habitante del planeta, y no grava los
frutos del trabajo del poseedor de ese recurso. Proporciona, además,
compensación a los demás interesados en ese recurso, quienes no tienen la misma
oportunidad que el concesionario para beneficiarse de su explotación.
La eficiencia económica del IBT se ha reconocido desde el siglo XVIII,
y numerosos economistas desde Adam Smith hasta David Ricardo han abogado por él.
Hillel señala que el IBT es más conocido por formar parte de las teorías del
economista estadounidense de fin del siglo XIX Henry George, un periodista reformador
inscrito en la Era Progresista, cuyas ideas para la reforma social se basaban
en el principio de que las personas debían poseer un valor propio, independientemente
de lo que producían, y que el valor económico de la tierra y de los recursos
naturales en general pertenecía por igual a todos los miembros de la sociedad.
Los partidarios del IBT todavía hoy abarcan el más amplio espectro político,
entre economistas tan ideológicamente divergentes como los Premio Nobel Milton
Friedman a la derecha y Joseph Stiglitz a la izquierda.
Estas son sólo algunas de las principales voces que
defienden el ingreso básico incondicional. Estaré examinando otras posturas
sobre el tema en notas futuras.
Comentarios
Publicar un comentario