En lo que se ha convertido rápidamente en la trágica crisis
humanitaria más reciente del mundo, las desafortunadas víctimas son el pueblo
rohingya de Birmania (país también conocido como Myanmar). A pesar de las
declaraciones del gobierno birmano en sentido contrario, no ha habido ni un
solo instante entre los activistas de los derechos humanos en el cual no supiéramos
lo que estábamos presenciando: venganza pura y simple, a manera de excusa como para
emprender una innegable limpieza étnica, y, por lo tanto, un comportamiento genocida.
No obstante, un alto funcionario de derechos humanos de la ONU la semana pasada
formalizó esa evaluación, describiendo la persecución birmana de los musulmanes
minoritarios rohingya como “un clásico caso de limpieza étnica.”
Más de 400 mil rohingya han huido a Bangladesh. |
Al dirigirse al Consejo de
Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, el Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos, el príncipe Zeid Ra’ad Al Hussein, se refirió
a los ataques del ejército birmano contra la comunidad rohingya en el Estado de
Rakáin como “una brutal operación de seguridad” y una “reacción desproporcionada”
a ataques islamistas insurgentes llevados a cabo el mes pasado.
En términos sencillos, la situación descripta por el alto comisionado
no podría ser más clara: En respuesta a los ataques de rebeldes islamistas, en
lugar de perseguir a los terroristas que perpetraron estos actos violentos, el
gobierno birmano ha decidido utilizar los mismos como una excusa para atacar
brutalmente a toda la minoría musulmana en el estado de Rakáin y matar, violar,
aterrorizar y expulsar a toda esa comunidad. Y una vez más, como en el caso del
genocidio de Ruanda en los años noventa, en el cual el gobierno dirigido por
los hutu instigó la matanza de entre 500 mil y un millón de ciudadanos tutsis,
los líderes del mundo parecen muy dispuestos a hacer demasiado poco demasiado
tarde para poner fin a esta persecución masiva.
El humo de una aldea rohingya incendiada tapa el cielo. |
Los actos de violencia más recientes perpetrados por los militares
birmanos —respaldados por grupos étnicos de Rakáin— contra los rohingya, han
dejado cientos de muertos, muchos más heridos, casi la mitad de sus aldeas
arrasadas y unos 400.000 (sobre una población de alrededor de un millón), al
menos la mitad de ellos niños, desplazados y buscando refugio en el vecino país
de Bangladesh. La violenta persecución ha colocado a los rohingya en
situaciones de extrema crisis en las que muchos, al huir, terminan muriendo de
hambre o de sed, mientras intentan escapar de una muerte segura en manos de sus
victimarios birmanos.
Quizás la reacción (o la falta de ella) más triste y más vergonzosa respecto
de esta locura genocida ha sido la de la líder civil birmana de 72 años,
ganadora del Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, quien se ha hecho eco de
las afirmaciones de los militares en el sentido de que están tratando con terroristas
islamistas en la región de Rakáin, en lugar de llevar a cabo cualquier limpieza
étnica. Suu Kyi ha gozado de una larga reputación como ícono del pensamiento
democrático y como defensora de los derechos humanos en la sociedad birmana.
Los esfuerzos políticos y humanitarios que ha representado a lo largo de su
carrera como militante política la llevaron a pasar un total de 15 años de los
21 anteriores a 2010 bajo arresto domiciliario. Desde entonces, cuando Birmania,
bajo una nueva Constitución, celebró elecciones presidenciales de las cuales ella
fue proscripta como candidata, ha recuperado su libertad, convirtiéndose en
líder de la Liga Nacional por la Democracia, su propio partido político que obtuvo
una abrumadora mayoría en los últimos comicios. También se convertiría en la
primera ministra de relaciones exteriores del país, y actualmente se desempeña
como Primera Consejera de Estado, un puesto similar a primer ministro.
Aung San Suu Kyi |
Desde dicho puesto, Suu Kyi ejerce considerable poder ostensible. Pero
la crisis rohingya está exponiendo la vulnerabilidad de la democracia nominal birmana
y hasta dónde la autoridad de la líder civil esté libre de represión. Como
consejera de estado, ella anunció temprano en su gestión la creación de una
comisión sobre la problemática de estado de Rakáin, que tenía ya una larga y
siniestra historia de persecución contra la minoría musulmana rohingya. Pero
mientras que los activistas de los Derechos Humanos en todo el mundo, incluso
muchos que alguna vez respaldaron la causa de Aung San Suu Kyi, están
calificando la persecución rohingya como un genocidio, la propia Suu Kyi ha
negado enérgicamente cargos de limpieza étnica.
Refugiados rohingya piden alimentos en un campamento
transitorio en Bangladesh.
|
En su primer discurso sobre el tema esta semana, la continua negación
de Suu Kyi de cualquier agravio por parte de su gobierno se vio como otra
postura apologista a favor de las acciones del ejército birmano y no hizo nada
para contener la marea de críticas que ella está recibiendo. Su postura oficial
hasta ahora ha generado asombro y reacciones negativas generalizadas, una de
las cuales emitió la semana pasada su colega Nobel Muhammad Yunus de Bangladesh,
quien escribió: “Aung San Suu Kyi, jefa de gobierno de facto de Birmania, debería
visitar los campamentos de refugiados de Bangladesh para hablar cara a cara con
las aterrorizadas personas que allí viven. Debería decirles que Birmania es
tanto el hogar de ellos como lo es de ella. Este acto único de liderazgo echaría
por tierra todas las sospechas y comenzaría el proceso de curación. La nueva Birmania
que Aung San Suu Kyi dice querer construir no puede incluir ninguna forma de
discriminación en ningún terreno, ya sea étnico, religioso, idiomático o
cultural. La nueva Birmania debe basarse
en los derechos humanos y en el imperio de la ley. Este es un momento en la
historia cuando ella tiene que elegir un camino para su nación y para ella
misma: paz y amistad, u odio y confrontación.”
Esto es algo que Suu Kyi claramente no ha estado dispuesta (o quizás
capaz) de hacer. A través de actos tanto de comisión como de omisión, ha respaldado
el tratamiento abominablemente inhumano de los musulmanes rohingya. Pocos
pueblos en el mundo han sido tan perseguidos. Los crímenes de lesa humanidad
que se cometen contra los rohingya se inspiran en un crimen original que les ha
impedido desde hace mucho tiempo buscar la justicia en su propia tierra: la Ley
de Ciudadanía de 1982. Esta ley en realidad es una expansión sobre otra ley de
facto de Birmania, impuesta por los gobernantes militares de influencia budista
que tomaron el poder un par de décadas después del fin del dominio colonial
británico. La llamada Ley de Inmigración de Emergencia de 1974 efectivamente despojó
a todos los rohingya de su ciudadanía birmana pese a las generaciones en las
que han vivido en el territorio nacional.
Nacionalista budistas tildan de "falsa etnia" a los rohingya. |
Después de eso, los rohingya fueron tratados, bajo la ley militar,
como “inmigrantes ilegales”. La Ley de Ciudadanía de 1982 añadió un nuevo giro,
identificando específicamente a los musulmanes rohingya como extranjeros de
Bangladesh y ordenándoles que “regresaran” a “su propio país”. Toda una falsa
narrativa ha crecido alrededor de estas dos leyes incluyendo la idea de que el
término “rohingya” es una identidad étnica falsa y que el nombre fue “inventado”
en la década de 1940 para proporcionar a “inmigrantes ilegales” viviendo en
Birmania con una identidad étnica que en realidad no existía. De hecho, dicen
los expertos, el término rohingya se remonta a por lo menos el siglo 18 en la
historia birmana. Suu Kyi ha defendido y repetido estas falsedades e incluso ha
pedido a las Naciones Unidas que no utilicen el término rohingya porque no
existe tal etnia.
Las leyendas de las pancartas dicen "Aung San
Suu Kyi Vergüenza" y "Dejen de matar a mi familia
en Birmania" |
De todos modos, es un crimen bajo el derecho internacional —además de
ser una violación flagrante de los derechos humanos y civiles— que cualquier
estado convierta en “apátrida” a cualquier segmento de la población que
gobierna. Y hoy, esa es la triste realidad del pueblo rohingya: una nación de
refugiados sin país, perseguida y expulsada del territorio de su estado,
gracias a las acciones genocidas de su gobierno y a la apatía general de la
comunidad mundial, donde las pruebas de misiles de Corea del Norte han hecho de
esta dramática historia un tema menor en las agendas noticiosas y nacionales.
George Monbiot, columnista del diario británico The Guardian, pidió en una nota editorial que Aung San Suu Kyi sea
despojada de su Premio Nobel de la Paz. En su columna editorial publicada a
principios de este mes, Monbiot dijo de Suu Kyi: “Es difícil pensar en un líder
político reciente por el cual esperanzas tan grandes hayan sido tan cruelmente
traicionadas.”
Monbiot llegó a otra conclusión en dicha nota sobre la cual vale la
pena explayarme. Hay quienes argumentarán que, al ignorar e incluso ayudar a
generar la horrible situación que padece el pueblo musulmán rohingya, Aung San
Suu Kyi podría estar amputándose una mano para salvar el brazo, y que si ella
se enfrentara a los militares birmanos para proteger a los rohingya, podría terminar
poniendo en riesgo a una democracia todavía
oscilante e incipiente, y al hacerlo, condenar al fracaso la obra de su vida
entera. Pero tal como ya sabemos muy bien muchos de nosotros en otras partes
del mundo quienes hemos vivido durante largos períodos bajo gobiernos militares,
las democracias que viven a la sombra y con el permiso condicional de los
regímenes dictatoriales anteriores no podrán sobrevivir por mucho tiempo, y
jamás gozarán de buena salud.
Además, los líderes nominalmente democráticos que aceptan, de manera
pragmática, prácticas aberrantes llevadas a cabo en nombre de sus gobiernos por
conveniencia y condescendencia hacia “un poder superior” están renunciando
tácitamente a cualquier derecho a ser considerados auténticamente democráticos.
“Democracia” y “estado de derecho” son términos absolutos. No se puede estar “un
poco” embarazada...tampoco “algo” democrática.
Aung San Suu Kyi alguna vez escribió: “No es el poder el que corrompe
sino el miedo. El temor de perder el poder corrompe a quienes lo manejan y el
miedo al azote del poder corrompe a los que están sujetos a él.” Tal vez
debería preguntarse si este es, de hecho, su dilema, el miedo a perder el poder
y tal vez también debería tratar de empatizar con las víctimas del poder de
facto por el cual ella misma también fue subyugada durante muchos años. Suu Kyi
tiene una elección y debe ser clara para ella: puede elegir dejar de hacerse
eco de las palabras de los militares birmanos y hablar con su propia voz o
puede ser cada vez más parte del problema en Birmania, y formar parte de la
autocracia que se niega a dejar que ese país dé paso a la democracia, la
libertad y el imperio de la ley.
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