Protesta en Caracas |
Desde su independencia en los primeros años del siglo XIX, Venezuela
ha tenido, como muchos de sus vecinos sudamericanos, una accidentada historia de
oscilaciones de péndulo entre la democracia y el despotismo. Sin embargo, al
igual que muchos de sus vecinos, ha tenido asimismo una historia de vocación
democrática que ha llevado a su pueblo a buscar repetidamente un resurgimiento
del vigor democrático cada vez que el autoritarismo ha levantado su cabeza.
No obstante, a diferencia de otras grandes democracias de la región,
Venezuela está experimentando en la actualidad una nueva tendencia autocrática
cada vez más profunda, que no sólo ha acompañado, sino que también ha
alimentado la crisis económica y social desencadenada en ese país por la caída estrepitosa
en los precios del crudo desde 2014. En este sentido, la mayor amenaza para la
democracia venezolana ha sido la falta de diversidad de su economía. Pero tanto
el auge como el atraso en los ingresos petroleros han jugado a favor de los así
llamados autoritarios “bolivarianos” de esa nación, en el primer caso
permitiendo la implementación de un distribucionismo populista de extrema
izquierda y en el segundo, proporcionando una excusa para imponer un gobierno
antidemocrático y medidas draconianas para sofocar violentamente la indignación
derivada de una crisis económica que paraliza la vida de un pueblo que ha
perdido no sólo su bienestar financiero, sino también su voz y voto.
Cipriano Castro |
Históricamente, Venezuela no ha estado ajena a la intriga política y a
los proyectos autocráticos. En 1899, Cipriano Castro tomaría el poder por la
fuerza, al marchar un ejército bajo el mando de su amigo, el general Juan
Vicente Gómez, hacia la capital de Caracas desde el estado andino de Táchira. Y
lograría mantenerse en el poder durante casi una década, pese a luchas intestinas
y bloqueos internacionales, hasta que viajara en 1908 a Alemania para hacerse
un tratamiento médico, sólo para ser reemplazado en su ausencia por su antiguo
compañero en la sedición, el general Gómez.
Gómez, por su parte, gobernó al país, de una forma u otra, durante los
siguientes 27 años, creando una apariencia de democracia al ser elegido
presidente tres veces durante ese período, pero manejando al país de todos
modos, incluso en los momentos en que no gozaba del beneficio de la aprobación
democrática.
Juan Vicente Gómez |
Aún en esa época, la política y el poder
venezolanos estaban inextricablemente ligados al petróleo. El descubrimiento
inicial de enormes yacimientos petroleros en el país le proporcionó a Gómez la
riqueza y el poder que requería para centralizar estrictamente el gobierno e
intimidar a toda oposición. Y esta centralización autoritaria continuó por
algunos años después de la muerte de Gómez en ejercicio del poder, bajo el
gobierno de Eleazar López Contreras.
No fue sino hasta 1941 que este largo
período autoritario comenzó a mermar, con la inauguración del gobierno de
Isaías Medina Angarita. Medina Angarita inició una transición, aunque no plena,
del país fuera del ciclo autoritario, al legalizar la actividad política en
general. Pero él mismo terminó siendo derrocado en un golpe civil-militar en
1945, el cual dio el puntapié inicial a un intento fugaz de reavivar la
democracia en Venezuela bajo el nuevo presidente, Rómulo Betancourt, fervor
democrático representado por lo que algunos historiadores ven como los primeros
comicios libres y apropiados en la historia del país, los cuales fueron
celebrados en 1947. Como resultado de esas elecciones, Betancourt fue
reemplazado por el presidente Rómulo Gallegos. Pero Gallegos no pasaría el año
siguiente en el poder, antes de ser derrocado por su propio ministro de defensa,
Carlos Delgado Chalbaud, y una junta militar encabezada por el general Marcos
Pérez Jiménez.
Marcos Pérez Jiménez |
Dos años más tarde, en 1950, Delgado
Chalbaud sería asesinado en un intento fallido de secuestro, el cual Pérez
Jiménez fue sospechado de organizar. Otros sospechaban del líder rebelde
venezolano Rafael Simón Urbina, quien, poco después de la muerte de Delgado
Chalbaud, fue capturado y ejecutado sumariamente por las fuerzas
gubernamentales. En cualquier caso, Pérez Jiménez quedó librado a continuar
gobernando el país hasta 1958, período en el cual, en un aparente intento de
legitimar al gobierno autoritario, se celebrarían elecciones (1952). Se creía
que el líder militar ganaría la elección presidencial con amplio apoyo. Cuando los
resultados no confirmaron las predicciones, el general simplemente ignoró los mismos
y permaneció en el cargo.
Pero la vocación de Venezuela por la
democracia volvería a surgir y en 1958, Pérez Jiménez fue obligado a dimitir.
Todos los principales partidos políticos (excepto los comunistas) firmarían un
pacto para consolidar la democracia. Como resultado, los Demócratas Cristianos
(COPEI) y el Partido de Acción Democrática se convirtieron en los dos
principales actores políticos en la consolidación de la democracia venezolana
durante las siguientes cuatro décadas. Tal como otros países sudamericanos
durante la década de 1960, la democracia venezolana sufriría los efectos del
terrorismo armado, en este caso, a manos
de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional y del Movimiento Revolucionario
de Izquierda (derivado de la Acción Democrática). Pero aun así, la democracia
pudo hasta negociar el desarme guerrillero, bajo la administración del demócrata
cristiano Rafael Caldera(1969-1974).
Rafael Caldera |
El sucesor de Caldera, Carlos Andrés Pérez
(1974-1979), logró gozar de los beneficios de lo que se conocía en el mundo
altamente industrializado como una "crisis petrolera", pero que fue
un verdadero auge a niveles récord para los países productores de petróleo.
Esto significó que Pérez pudo aumentar enormemente el gasto público a medida
que los petrodólares pasaban a la economía venezolana que dependía casi
exclusivamente del petróleo, y al hacerlo, logró convertir la coyuntura global
en un ostensible éxito personal. Pero los gobiernos que siguieron (los de los
presidentes Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi) tuvieron que enfrentarse a lo
contrario: la caída del precio mundial del petróleo en la década de 1980, que
traería aparejada la devaluación de la moneda y el colapso del nivel de vida
que los venezolanos habían disfrutado gracias al auge mundial del precio del
petróleo.
Aquellos que recordaban con cariño los días
de gloria de la administración de Andrés Pérez en la década anterior lo
reeligieron como presidente en 1988. Pero la situación se había deteriorado a
tal punto que el país se encontraba al borde del abismo y en una economía en la
que ningún gobierno se había molestado nunca en introducir medidas exitosas
para diversificarse más allá de los enormes recursos petroleros de Venezuela,
no se podía hacer nada para compensar el descenso mundial en los ingresos
petroleros. Socialmente, esto significó una economía paralizada en la cual los
venezolanos promedio se hundían en la pobreza, provocando una serie de
disturbios conocidos como el "Caracazo" en los que morirían decenas
de venezolanos. Como de costumbre, fue la gente común quien pagó por la falta
de previsión del gobierno y su obstinada y poco aconsejable disposición a dejar
que una nación entera dependiera casi exclusivamente de las ventas petroleras
para su supervivencia.
Andrés Pérez |
Dos veces en 1992, en los momentos más
álgidos de la crisis, un grupo de oficiales militares armarían intentonas para
derrocar al gobierno de Pérez. Fue aquí donde apareció en escena Hugo Chávez,
un líder importante en las revueltas, quien, al final, quedó bajo arresto.
El deterioro de la situación social y los
crecientes cargos de corrupción contra el gobierno llevaron al enjuiciamiento político
de Andrés Pérez en 1993. Al año siguiente, el entonces presidente Rafael
Caldera otorgaría a Hugo Chávez un indulto presidencial y reintegraría
plenamente sus derechos políticos, proporcionando así al Comandante Chávez un
tinte de héroe reinstaurado plenamente en la sociedad venezolana—circunstancia
de la cual Chávez sacaría amplia ventaja.
Líder popular Hugo Chávez |
Parece una ironía que el régimen de Chávez
se haya beneficiado del mismo tipo de auge mundial en los precios del petróleo
que el primer gobierno de Pérez había disfrutado. Como tal, Chávez vio la
oportunidad de lanzar una campaña populista supuestamente arraigada en el
socialismo democrático, pero en realidad no más "socialista" ni
"democrática" que el autocrático régimen castrista de casi 60 años en
Cuba, por el cual Chávez expresaba abiertamente y a menudo su gran admiración.
En un país azotado por una nueva crisis en
el precio del petróleo, la gente perdió la confianza en los partidos
tradicionales de Venezuela y el rimbombante Chávez fue elegido como presidente
en 1998. Se proclamó "fundador de la quinta república" y líder
supremo de la "Revolución Bolivariana", buscando así vincular su
nombre y sus acciones con los del héroe del siglo XIX y libertador en las
guerras de independencia hispanoamericanas, Simón Bolívar. El objetivo
ostensible de la "revolución" de Chávez era construir una democracia
popular (autodenominada bolivarianismo), establecer la independencia económica
de Venezuela (arduo trabajo en una economía estrictamente petrolera) para
promover una distribución equitativa de los ingresos, y erradicar la corrupción
gubernamental. El lenguaje populista empleado en la promoción de este discurso
era muy parecido al utilizado por el régimen castrista en Cuba y azotó a los
mismos "enemigos", una corta lista encabezada por Estados Unidos
(que, a pesar de la retórica, fue y sigue siendo asiduo importador de crudo
dulce venezolano).
Castro y Chávez, admiración mutua |
Chávez no perdió tiempo implementando
grandes cambios destinados a consolidar su poder. Ya en 1999, encargó a una
Asamblea Constituyente el trabajo de escribir una nueva Constitución.
Simultáneamente, inició lo que llamó "misiones bolivarianas", que
eran programas gubernamentales para abordar la pobreza a través del
distribucionismo. Estas últimas medidas le sirvieron bien en el 2002, cuando
fue destituido por un golpe de Estado, sólo para ser devuelto al poder un par
de días después por segmentos castrenses leales a él, respaldados por
manifestaciones de masas organizadas entre algunos de los ciudadanos más pobres
de Venezuela. Asimismo, padeció una huelga general de dos meses al año
siguiente que terminó costando a la todopoderosa industria petrolera del país
13 mil millones de dólares y golpeando fuerte el PBI. En respuesta, instituyó
controles monetarios que permanecerían en rigor durante la próxima década.
Pero a medida que el precio del crudo se
desplomara una vez más hacia el final del reinado de Chávez, estas medidas
arbitrarias hicieron prohibitivas las importaciones que el país necesitaba para
sobrevivir. Chávez continuó usando los ingresos petroleros nacionalizados para
llevar a cabo su proyecto de "ingeniería social" bolivariana, pero el
mismo comenzó a socavar la reinversión en la industria que es prácticamente la
única fuente de ganancia para el país.
Chávez fue reelegido a un tercer mandato hacia
el final del 2012, pero nunca pudo asumir plenamente el poder. Se le
diagnosticó una forma agresiva de cáncer y murió a principios de marzo del año
siguiente, poniendo fin a una muy controvertida carrera de 13 años. Para
entonces, el distribucionismo populista y una nueva tendencia bajista en los
precios del petróleo comenzaban a minar la economía venezolana. De hecho, el
precio del crudo llegó a más de 120 dólares el barril casi justo en el momento
de la muerte de Chávez, antes de iniciar un declive y, al final, una caída
estrepitosa en los años siguientes, alcanzando en el 2015 un mínimo de menos de
30 dólares el barril y, aunque haya subido a más o menos la mitad de su nivel
máximo, nunca se ha recuperado por completo.
Nicolás Maduro |
Ésta fue la realidad heredada por el sucesor
y ex vicepresidente de Chávez, Nicolás Maduro, un hombre sin el carisma popular
o la habilidad política de Chávez, pero con todas sus tendencias dictatoriales,
cuyas limitaciones como líder han sido evidentes desde el principio. Un hombre
más sabio habría leído las señales e inmediatamente tomado acción para fomentar
una apertura democrática en la cual cada partido político y proponente habría podido
unirse al proceso de restablecer un adecuado marco democrático en el cual se pudiera
comenzar el arduo trabajo de encontrar soluciones prácticas y consensuadas a
los enormes problemas de Venezuela. Pero Maduro ha optado, de manera obtusa y
trágica por hacer exactamente lo contrario.
Desde el 2014, el gobierno de Maduro ha
estado plagado de protestas y manifestaciones en masa, a las cuales ha
reaccionado con creciente violencia. Las causas detrás de las protestas son
claramente legítimas. Muchas personas en Venezuela están tan afectadas por la
crisis económica y la escasez resultante de medidas de austeridad ineficaces
y/o arbitrarias impuestas por el gobierno que están literalmente muriéndose de
hambre. El régimen de Maduro ha reaccionado encerrándose y instaurando restricciones
aún más autoritarias que antes a los venezolanos, suspendiendo los derechos
individuales y políticos garantizados por la Constitución e imponiendo una especie
de ley marcial de facto en la cual el abuso y la represión severa son moneda
corriente.
Al menos 124 personas han sido víctimas
fatales de la represión gubernamental, pero hay razones para creer que este
número puede ser sólo la punta del iceberg. Las organizaciones mundiales de
defensa de los derechos humanos tales como Amnistía Internacional y Human
Rights Watch, denuncian la tortura generalizada y las detenciones clandestinas
bajo el gobierno de Maduro. Las historias de abusos por parte de la policía y
de la Guardia Nacional de Venezuela que tales ONGs han documentado hasta la
fecha son absolutamente nefastas.
La "evolución" del régimen de Maduro
es la progresión clásica cuando las democracias resultan infectadas por el
populismo nacionalista. Pueden mantener una pátina de fervor
"democrático" mientras la economía logra sobrevivir a su autocrática
indiferencia por cualquier interés que no sea el de la clase dominante y la
corrupción y amiguismo que son normalmente inherentes en tales regímenes. Pero
todos ellos se convierten en rabiosas dictaduras cuando la realidad sobreviene
a la retórica y cuando el distribucionismo llega al punto tal que ya no existen
más recursos para distribuir.
Cuando esto sucede, y la pretensión
populista es eclipsada finalmente por las medidas necesariamente violentas,
represivas y dictatoriales que se toman para que la élite autocrática pueda
seguir manteniendo aun el más débil dominio del poder político, es sólo
cuestión de tiempo antes de que esos gobiernos se estrellen contra los escollos
de la dura realidad. El problema es que a menudo llevan al muere con ellos a
una nación entera.
Estas situaciones jamás terminan bien y con
demasiada frecuencia sirven como catalizador para hundir al país afectado en
largos períodos de inestabilidad, caos político y violencia generalizada. Sólo
se puede esperar que, cuando termine, y cómo termine, el actual régimen en Venezuela,
la vocación democrática del pueblo venezolano sea resucitada y aleje al país de
la división, llevándolo hacia una solución consensual y hacia un nuevo comienzo
para una nación que por mucho tiempo se ha alejado del tipo de diversidad y
progreso capaz de dotarla del futuro próspero, pluralista y pacífico que ésta merece.
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