Para Trump, menos es más en Siria. |
El anuncio de la semana pasada de que el presidente estadounidense,
Donald Trump, congelaría una suma ya miserable de 200 millones de dólares en
fondos adicionales de ayuda que debían usarse para esfuerzos de recuperación en
Siria, parece dejar en claro la total falta de empatía de su administración
hacia la gente de ese país devastado por la guerra. La financiación adicional
había sido anunciada en febrero durante un viaje diplomático al Medio Oriente realizado
por el ex secretario de estado de Estados Unidos Rex Tillerson, a quien Trump, poco
después, echaría sin miramientos a través de Twitter.
La semana pasada, Trump afirmó ante una multitud de sus seguidores que
Estados Unidos se retiraría de Siria "muy pronto" y dijo que sería tarea
de otros países "encargarse de aquello" de ahora en adelante. Esto no
fue inconsistente con la posición de Trump respecto de Siria antes de su
elección a fines de 2016, cuando dijo que pensaba que una buena solución sería
dejar que Rusia la manejara. No cabe duda de que Rusia lo está
"manejando" ayudando material y militarmente al régimen sirio a
perpetrar crímenes de guerra y matanzas masivas contra el mismo pueblo que
gobierna.
Dicho eso, en realidad, parece improbable que se extrañe mucho la
presencia de los EEUU en Siria. Hasta ahora, la actitud de Washington hacia esa
guerra horrenda que se ha estado llevando a cabo sin descanso durante los
últimos siete años ha sido apenas tibia.
Assad y Putin -- un infierno de sangre y fuego a los sirios. |
Aun la intervención ostensible de Estados Unidos en varios fracasados esfuerzos de paz bajo el gobierno del predecesor de Trump, Barack
Obama, fue menos que enérgica, y rápidamente dio paso a un aparente deseo de
andar con pies de plomo alrededor de Rusia y de evitar ayudar a los rebeldes
que intentan derrocar al régimen pro-ruso allí, en lugar de intentar proteger a
las víctimas más vulnerables de ese conflicto, sirios inocentes a quienes el
régimen de Bashar Al Assad, respaldado, por Rusia está castigando con un verdadero
infierno de sangre y fuego.
El temor de Occidente de que los grupos jihadistas que combaten a
Assad pudieran llegar a ser, incluso, más hostiles hacia Occidente que el
régimen actual está detrás de su aparente indiferencia ante la horrenda
situación del pueblo sirio. Nadie, salvo Putin, entre los líderes mundiales
quiere que Assad siga en el poder, pero los rebeldes que luchan contra él son
un factor desconocido. Assad, por lo menos, rinde homenaje a la idea de un
régimen moderno y secular —aunque dictatorial— en Siria, en lugar de un régimen
fundamentalista radical, y Rusia se asegurará de que se apegue a esa política,
ya que Moscú tampoco quiere tener que lidiar con los caprichos de una teocracia
islamista. Así que Assad tiene el apoyo incondicional de Putin (y su veto en la
ONU) además de haber cosechado la preferencia tácita de Occidente, pese a sus protestas
pseudohumanitarias en sentido contrario.
Un espectáculo mediático de fuegos artificiales sin repetición. |
Aun el propio ataque ordenado por Trump en 2017 contra una base aérea
siria —en el cual se lanzaron 59 misiles Tomahawk por un valor de 100 millones
de dólares (la mitad del monto de los fondos de recuperación adicionales para Siria
que Trump está quitando de su presupuesto) desde un buque naval estadounidense
en represalia por uno de los muchos ataques químicos perpetrados por Assad
contra su propio pueblo— fue, en gran medida, un mero espectáculo mediático de
fuegos artificiales que no se ha repetido desde entonces, pese a las continuas y
graves violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra cometidos por Assad
y las fuerzas extranjeras que respaldan a su nefasto régimen.
Además, la intervención occidental que ha habido en Siria —ya sea en
forma directa o por medio de testaferros regionales— ha tenido como objetivo
principal el destruir al ISIS, organización terrorista islamista mundial que
Washington había considerado la amenaza número uno para la seguridad de EEUU.
Muy pocas de las acciones en las que ha participado EEUU en esa guerra han
tenido como objetivo la protección del pueblo sirio de la inhumana violencia
que se libra en su contra por su propio gobierno autoritario con la
indispensable ayuda de la Rusia de Vladimir Putin.
Más específicamente, la actual administración estadounidense considera
que la lucha contra ISIS en Siria ha terminado. Incluso si los esfuerzos para
destruir los últimos focos de resistencia del grupo terrorista no han tenido
éxito hasta ahora, la coalición liderada por Estados Unidos que lucha allí ha
recuperado la mayoría de las posiciones que ISIS mantenía anteriormente, y es
probable que al actual equipo de Trump le parezca claro que si Rusia espera
mantener a Bashar Al Assad en el poder, si no Damasco, entonces Moscú tendrá
que enfrentarse con el resto de los harapientos grupos de combate de ISIS que
todavía luchan contra la dictadura, y contra los demás, en Siria. Entonces, lo
único que deben hacer Washington y Occidente en su conjunto para declarar
terminado su papel en la tragedia que es Siria es celebrar la victoria sobre ISIS
y hacer la vista gorda mientras Assad, con la ayuda de sus amigotes rusos,
continúa asesinando y mutilando a miles
de hombres, mujeres y niños inocentes en esa nación, donde la prolongada
violencia ha causado casi medio millón de muertes.
Irán, Turquía, Russia, y Assad eterno |
Apenas el presidente
de EEUU anunció que estaba retrocediendo en Siria, Rusia, Irán y Turquía
dejaron saber que tratarían de negociar “la paz" en Siria. Cabe destacar
una vez más que el único objetivo de Rusia en Siria es mantener a Assad en el
poder, ya que Assad protege y facilita los intereses de Rusia en la región.
Pero vale la pena señalar además que el gobierno iraní también ha apoyado
durante mucho tiempo al régimen de Assad, que financia a los guerrilleros de
Hezbolá que son una importante fuerza pro Assad en la guerra y que, mientras
Turquía se opone ostensiblemente a Assad, hace mucho que maniobra en torno a su
aliado, EEUU, con el objeto de atacar a las fuerzas kurdas que se oponen
ferozmente tanto a ISIS como a Assad en Siria, ya que considera que a los
kurdos enemigos del estado turco. Visto de esta manera, es difícil imaginar
cómo cualquier acción que puedan iniciar estos tres países conduciría a paz alguna,
excepto una en la cual el régimen de Assad permanezca en el poder y sus
oponentes terminen siendo aplastados en una guerra que continuará generando un
daño colateral abrumador.
Claramente, no puede haber duda alguna de que los civiles inocentes de
Siria —los que permanecen allí, ya que la guerra ha dado lugar a un éxodo de
más de 5 millones de refugiados y de unos 6 millones de migrantes sin hogar— se
encuentran atrapados en lo que se ha convertido en un infierno viviente,
término que resulta, claro está, más literal que figurativo. La devastación generada
por la guerra es obvia. En ninguna parte del país existen lugares en los que no
se hayan reducido a escombros vecindarios completos o ciudades enteras. La
magnitud de la crisis humanitaria resultante es abrumadora y no hay señales de
paz a la vista.
Al igual que el genocidio de Ruanda, la guerra en Siria es un espectáculo
de terror humanitario en el cual un frente global unido se requiere para salvar
a un pueblo entero de la violencia masiva y del asesinato en masa, pero donde
tal esfuerzo común brilla por su ausencia. Las principales potencias han
abandonado al pueblo sirio en pos de sus propios intereses geopolíticos,
mientras que una tenaz resistencia diplomática rusa le ha atado las manos a las
Naciones Unidas.
Envalentonado por la indiferencia occidental y por la colaboración
rusa, Bashar al-Assad en las últimas semanas ha renovado y aumentado su cruenta
campaña de matanza en masa y caos contra su propio pueblo, al tiempo que el
mundo se queda mirando, haciendo menos que nada, mientras que los barrios donde
hombres, mujeres y niños sirios alguna vez vivieron y prosperaron, se han
convertido en campos de batalla empapados de sangre de una lucha de poder entre
superpotencias y de una guerra regional signada por un desgaste agonizante que no
parece tener fin. Como tal, Siria se ha convertido en otra mancha inmunda sobre
la historia de la intervención humanitaria, y en una vergüenza para todos los
líderes mundiales en su conjunto.
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