Somos cada vez más dependientes de la tecnología avanzada que
utilizamos a diario en la sociedad contemporánea. De hecho, gran parte de ella
ha perdido su mística original y la novedad que nos inspiraba hace apenas una
década. Los novedosos aparatos que antes nos asombraban se han convertido
rápidamente en herramientas cotidianas que utilizamos automáticamente y sin
pensar en la maravilla que representan en comparación con lo que estaba
disponible para nuestro uso diario hace sólo unas décadas, y los últimos
avances están sucediendo a un ritmo cientos de veces más rápido que nunca antes,
especialmente en los campos de las comunicaciones y el transporte.
Pero detrás de la provisión de este avance técnico, queda una primitiva
verdad respecto de los elementos naturales necesarios para materializarlo. Si
bien algunos de nosotros podemos estar levemente preocupados por lo que
sucederá con todo el hardware de la era tecnológica moderna una vez que se vuelva
obsoleta, pocos de nosotros pensamos mucho sobre la procedencia de los
elementos utilizados en la fabricación de ese hardware. Pero deberíamos hacerlo.
Datos disponibles indican que hasta un cuarto del cobalto usado en las
baterías de litio ionizado que son utilizadas en casi cualquier dispositivo
electrónico, hasta inclusive en los autos eléctricos, proviene de lo que se
conoce como "minería artesanal", una de las prácticas más
explotadoras en la tierra. Si bien este tipo de minería se está utilizando para
extraer cobalto en varios países, la República Democrática del Congo, de donde
proviene una proporción significativa del cobalto extraído de esta manera, ha
recientemente captado la atención mundial gracias a las investigaciones
lanzadas por Amnistía Internacional, el diario The Washington Post, la cadena de cable CNN y la cadena de
televisión por aire CBS, entre otras.
Las condiciones en la extracción artesanal de cobalto son espantosas
para todos los trabajadores que participan en la actividad. Las
"minas" son poco más que hoyos de conejo cavados a mano, en el
interior de los cuales no hay apuntalamiento ni ningún otro tipo de soporte
para evitar derrumbes. La roca cargada de mineral se arranca en trozos de las
venas y se arrastra en sacos por los mineros que a menudo apenas tienen espacio
para entrar y salir. Más tarde, las rocas son martilladas y lavadas a mano para
extraer el mineral. El pago se basa en la producción. En un buen día de trabajo
agotador y peligroso, un "excavador" ganará tan sólo dos o tres
dólares, según fuentes allegadas a la actividad citadas en un artículo de The Washington Post.
Agravando aún más esta terrible explotación, sin embargo, es el hecho
de que gran parte del trabajo en tales operaciones mineras es llevado a cabo
por niños. Se estima que unos cuarenta mil menores de edad, algunos de los
cuales no tienen más de entre siete y diez años, están siendo utilizados como virtuales
esclavos en operaciones de extracción de cobalto artesanal en el Congo y en otras
partes de la región, unos cuatro mil en una sola zona del Congo, donde este
tipo de minería es prevalente. La proporción de adultos a niños que trabajan en
operaciones mineras artesanales es asombrosa: algunas estimaciones indican una
proporción de alrededor de sesenta a cuarenta.
El Congo tiene abundantes recursos de cobalto y proporciona
aproximadamente dos tercios del suministro mundial de este mineral. Con la gran
cantidad de dispositivos nuevos e innovadores que se inventan y comercializan
cada año, la demanda para el cobalto utilizado como ingrediente principal en
sus baterías ha aumentado de manera drástica, y el precio por libra de este
metal se ha triplicado en el último lustro.
Esa debería ser una buena noticia para los mineros artesanales que
venden su mineral al mercado industrial mayorista, pero no lo es. Apenas pueden
arañar una subsistencia de la corteza terrestre, a veces incluso luchando por
mantener alimentos básicos como la sal y la harina en sus alacenas, y sus hijos
también llevan a cabo trabajos forzados en las minas, mientras que la mayor
parte del dinero tiende a quedarse en manos de los intermediarios, en su
mayoría asiáticos.
Estos intermediarios han creado una compleja cadena de suministro que
dificulta que las principales compañías que comercializan las baterías de litio
ionizado, ricas en cobalto, en los automóviles y dispositivos que fabrican, puedan
rastrear hasta su origen el cobalto que utilizan. Y aunque algunos de los más
importantes, como Apple y Amazon, y al menos uno de los principales fabricantes
de automóviles, han dado amplio discurso a la necesidad de hacerlo, detrás de bambalinas
en muchas empresas globales, parecería que no conviene investigar a fondo, ya
que resolver el "misterio" las compromete a aumentar el costo de sus
materias primas.
Las investigaciones, por lo tanto, han recaído en las ONG globales
como Amnistía, en agencias multilaterales como la ONU y en los medios de
comunicación, habiendo, en este sentido, iniciativas particularmente admirables,
pero no exclusivas, llevadas a cabo hasta la fecha por The Washington Post y la CNN. La reportera estrella de CNN, Nima
Elbagir, quien, por otra parte, ha realizado un brillante trabajo sobre el
tráfico global de personas, presentó su exposición sobre la extracción de
cobalto diciendo que cada compañía de tecnología con la que se había hablado indicó
lo difícil que era rastrear el cobalto hasta su origen. Así pues que, CNN
decidió, según ella, hacerlo por ellas.
A pesar de estar sentado encima de algunos de los depósitos minerales
más grandes del planeta—tan grandes que un geólogo francés alguna vez describió
como "un escándalo geológico" esa
potencial riqueza natural—en términos del ingreso per cápita, el Congo
es uno de los países más pobres del mundo, con un PBI per cápita equivalente a
menos de cuatrocientos dólares al año. Los mineros artesanales de cobalto son
claramente indicativos de este nivel de pobreza. Este dato es indicativo, a su
vez, del hecho de que si bien el colonialismo concreto pudo haber sido
expulsado hace mucho tiempo de África, el colonialismo económico sigue vivito y
coleando allí, particularmente en las naciones más pobres pero más ricas en
recursos, como el Congo. En otras palabras, sigue siendo una cuestión del
"primer mundo" tecnificado que explota las áreas ricas en materias
primas del "tercer mundo" que permanecen entre las naciones más
pobres y menos desarrolladas del planeta.
Las baterías de litio ionizado son el corazón de la última tecnología.
Son más ligeras, más potentes, duran más y son fácilmente recargables. Pero si
bien su confiabilidad también se comercializa como parte de la revolución
"verde", el costo humano, ambiental y social de su elemento principal
claramente no cuaja con el espíritu de la sustentabilidad.
En la extracción artesanal de cobalto, los derrumbes y otros
accidentes mineros son extremadamente comunes, y considerando la ausencia
absoluta de cualquier tipo de reglas que rijan esta actividad o de la
implementación de medida alguna de seguridad, el término "accidente"
debe usarse de manera muy amplia. Las condiciones bajo las cuales tanto adultos
como niños trabajan en estas minas improvisadas hacen de esta una actividad
casi suicida. Como si esto no fuera suficiente, el proceso de minería de
cobalto también está envenenando las fuentes de agua en la región, de modo que
muchos de los mineros que logran sobrevivir a sus duras condiciones de trabajo,
a menudo se enferman de males relacionados con el medio ambiente.
Cuando historias como estas salen a la luz, la reacción habitual en el
comercio, en el gobierno y entre el público en general es un discurso repleto de
frases conmovedoras, chabacanas y huecas sobre lo horrible que es que cosas
como estas pueden seguir existiendo en el mundo de hoy. Pero al final, nuestras
actitudes, aquí en el mundo desarrollado, solo pueden verse como hipócritas si
cada uno de nosotros no actúa de alguna manera, por pequeña que esta sea, para solucionar
el problema.
En este caso en particular, las compañías tecnológicas deben descubrir
de dónde viene su cobalto y presionar a sus proveedores para que se comprometan
ya sea a exigir a sus fuentes que cumplan con los estándares sociales y
laborales globales o arriesgarse a perder sus clientes más grandes. Los
gobiernos de los países industrializados deben regular de tal manera que
obliguen a las empresas a tomar estas medidas de diligencia debida o arriesgarse
a severas sanciones por comprar materias primas producidas explotando a los niños.
Los medios de comunicación, las agencias multilaterales, y las ONG deben seguir
investigando y seguir creando conciencia entre los consumidores comunes con
respecto a esta terrible verdad.
Nosotros, como consumidores, por nuestra parte, deberíamos comenzar a
ser más conscientes en nuestras compras. Debemos responsabilizar a nuestras
marcas favoritas por los productos que fabrican y comercializan, y recompensar a
aquellas que demuestren una responsabilidad corporativa impecable, prefiriendo
sus productos por sobre los de las empresas que no son socialmente responsables.
Sólo de esta manera podremos ayudar a implementar soluciones y merecer un poco
más el privilegio de vivir de pleno en el mundo postindustrial.
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