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DESAFÍOS DE HOY, IMPLICANCIAS PARA EL FUTURO: Primera Parte


El desmoronamiento de la democracia, el surgimiento del neonacionalismo radical, una amenaza nuclear multifacética, el rápido deterioro del medio ambiente mundial, la creciente amenaza de una nueva guerra mundial y el avance vertiginoso de la inteligencia artificial hacia un estado más allá de nuestro control... Estos son algunos de los principales desafíos a los que nos enfrentamos hoy, desafíos que podrían tener consecuencias graves y previsibles en un futuro no muy lejano. Sea como fuere, en la actualidad se ignoran en gran parte, ya que los individuos y las naciones parecen estar obsesionados con lo inmediato y atrapados irremediablemente en la vorágine de los acontecimientos actuales y de los ciclos electorales.
En un momento en que el mundo nunca ha necesitado más unirse en búsqueda de la paz y la cooperación, sus naciones líderes están permitiéndose el lujo de consentir el capricho autista de una minoría autocrática de adoptar políticas aislacionistas y un retorno a los sentimientos nacionalistas radicales. Tanto literal como figurativamente, se están erigiendo muros para dividir a los pueblos en lugar de construir puentes para unirlos. Los aspirantes a autoritarios están cortejando a aquellos ya establecidos, mientras que los antiguos aliados se enfrentan entre sí. Los nacionalistas extremos están siendo estimulados  a un estado febril, y sus sentimientos perversos están siendo legitimados para crear una base subyacente leal a los designios autoritarios.
Estas condiciones por lo espeluznante son similares a las que llevaron a la Segunda Guerra Mundial, que mató a decenas de millones de personas y fue la peor guerra de la historia. Pero estos son tiempos diferentes, con armas mucho más poderosas y con una tecnología de tipo ciencia ficción puesta a su servicio, suficiente poder de fuego y siniestro conocimiento para autodestruir todo el planeta y traer la extinción de la humanidad por su propia mano. Y si la guerra no lo hace, la destrucción ecológica de nuestro entorno y/o una inteligencia cibernética fuera de control prometen hacerlo.
Un ejemplo es una propuesta actualmente sobre el tapete en el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump para formar una sexta rama de las Fuerzas Armadas de ese país —además del actual Ejército, Armada, Fuerza Aérea, Infantería de la Marina y Prefectura Naval— para hacer frente a la posibilidad de eventuales operaciones militares en el espacio ultraterrestre. Se llamaría la Fuerza Espacial de Estados Unidos (USSF), expansión de una propuesta en 2002 para la creación de un Cuerpo Espacial por el entonces rimbombante secretario de defensa Donald Rumsfeld, quien ejerció esa cartera en el gobierno de George W. Bush.
Estados Unidos ya tiene programa espacial militar sobre el cual se habla poco, y que forma parte de la Fuerza Aérea, a saber, el Comando Espacial de la Fuerza Aérea de EEUU. A pesar de la oposición de una multitud de líderes militares (tanto actuales como anteriores), legisladores y expertos aeroespaciales, el actual presidente de Estados Unidos ha afirmado pública y reiteradamente que “vamos a tener la Fuerza Aérea, y vamos a tener la Fuerza Espacial”, y ha indicado que serían “dos ramas separadas pero iguales” de las Fuerzas Armadas.
El razonamiento detrás del entusiasmo del actual gobierno de EEUU se traduce en una nueva Guerra Fría y en una carrera armamentista acompañante, en este caso, una carrera combinada tanta armamentista como aeroespacial. En 2007, China lanzó un arma capaz de destruir satélites artificiales en el espacio. Para demostrar la exitosa creación de este nuevo dispositivo cazador-liquidador, el gobierno chino destruyó uno de sus propios satélites meteorológicos. Un año después, Estados Unidos destruyó también uno de sus propios satélites en el espacio, y así comenzó, trayendo una idea bélica respaldada por las dos naciones más poderosas del mundo en lugar de una de cooperación en el espacio. En realidad, la idea había surgido mucho antes, durante la presidencia de Ronald Reagan, cuyo gobierno había propuesto un programa con el apodo “Guerra de las Galaxias (Star Wars), ambicioso plan que Reagan luego descartó al no lograr que ganara fuerza en el Congreso.
Si a esto se añade la creciente construcción de bases militares en islas artificiales, por parte de Pekín, en aguas internacionales que pretende controlar —política que coincide con la decisión del líder chino Xi Jinping de perpetuarse en el poder logrando eliminar el límite a la cantidad de períodos de cinco años a los cuales puede acceder— la guerra comercial multimillonaria que la administración Trump acaba de desatar con China, y las maquinaciones del dictador norcoreano Kim Jong Un, quien está jugando a China en contra de EEUU en negociaciones supuestamente para poner fin a las aspiraciones nucleares estratégicas que tiene Corea del Norte (y en las cuales recibió concesiones de Washington sin dar nada a cambio), se dibujan las líneas para un aumento de hostilidad y para un enfrentamiento entre estos dos gigantes en algún momento en el futuro. Una eventual guerra de disparos entre China y Estados Unidos sería, seguramente, tierra fértil para una tercera conflagración global.
De manera paralela, la administración de Trump enfureció al presidente ruso Vladimir Putin al apoyar el mantenimiento de ciertas sanciones al régimen del líder autocrático, pero el propio Trump se ha mostrado reacio a castigar o incluso criticar a Putin por las acciones militares de este último contra Ucrania, la anexación de Crimea, la intromisión clandestina en las elecciones presidenciales de EEUU, o su papel para apuntalar la nefasta dictadura de Bashar Al Assad en Siria, donde cientos de miles han muerto y que, en la actualidad, representa la mayor y más horrorosa de las guerras por encargo en el mundo.
Lo opuesto es el caso del tratamiento por parte de Trump con los aliados de Washington en Europa Occidental, a quienes ha confundido y azorado al mostrar gran desprecio por la antigua alianza de la OTAN y al acusar a las naciones europeas de aprovecharse de Estados Unidos, mientras que ha dado prioridad intencional a cumbres con autócratas como Kim Jong Un y Putin, al tiempo que deja de priorizar el papel de los Estados Unidos como amigo y defensor de Europa.
Tan deterioradas se encuentran las relaciones entre el gobierno de Trump y los que han sido hasta ahora los aliados más estrechos de su país, que el presidente de la UE, Donald Tusk, se sintió obligado a escribir la semana pasada: “Pese a nuestros esfuerzos incansables por mantener la unidad de Occidente, las relaciones transatlánticas están bajo inmensas presiones por culpa de las políticas del presidente Trump. Lamentablemente, las divisiones van más allá del comercio...A mi entender, mientras esperamos que todo salga de la mejor manera, nuestra Unión debe estar preparada para enfrentarse al peor escenario posible.”
La jefa de gobierno alemana, Angela Merkel, presagió el punto de vista de Tusk más temprano este año al afirmar durante las conferencias de los países G7 y de la OTAN que con la decisión de Gran Bretaña de abandonar la UE y la elección de Donald Trump en Estados Unidos, la Unión Europea ya no podía contar con la cooperación de esas dos naciones occidentales. Sugiriendo que la antigua alianza occidental formada después de la Segunda Guerra Mundial se estaba deteriorando rápidamente, a fines de mayo Merkel dijo: “Los tiempos en los que pudimos confiar por completo en los demás se han, de alguna manera, acabado... Los europeos realmente tenemos que tomar nuestro destino en nuestras propias manos.” Todo esto en el marco de la política de Trump de extender su guerra comercial más allá de China a sus tradicionales aliados en Europa y Canadá.

Mientras tanto, en la preparación de su próxima cumbre con Putin, Trump continuó con su consistente política de dejar pasar las transgresiones del hombre fuerte ruso, quien, por cierto, no es amigo de la democracia, de Europa occidental o de EEUU. Aunque finalmente y de mala gana el presidente norteamericano dijo que podría discutir con Rusia el haberse inmiscuido en las elecciones que Trump ganó raspando en 2016, después de meses de ignorar la confirmación de la comunidad de inteligencia norteamericana sobre el papel de Rusia y sugerir reiteradamente no creer que Putin tuviera nada que ver con eso. Además, culpó a su predecesor, Barack Obama, de “perder Crimea” en lugar de culpar a Putin de anexar esa república autónoma, para luego afirmar que Washington y Moscú habían “acordado estar en desacuerdo sobre Crimea”, mientras que el gobierno de Putin simplemente dijo que el tema de Crimea se encontraba “fuera de la agenda” para la cumbre.
Recientemente, la renombrada Institución Brookings —descrita por The Economist como “quizás el grupo de expertos más prestigioso de Estados Unidos”— organizó una presentación sobre “La democracia en la era Trump”, que prologó afirmando lo siguiente:
“Desde Rusia hasta Sudáfrica, desde Turquía hasta Filipinas, desde Venezuela hasta Hungría, los líderes autoritarios se han llevado por delante las restricciones a su poder. La libertad de los medios y el poder judicial se han erosionado. El derecho al voto puede permanecer, pero el derecho a que se cuente el voto no. Hasta las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, el declive global de la democracia parecía ser una preocupación sólo para otros pueblos en otras tierras. Sin embargo, algunos ven el ascenso político de Donald Trump como el final de ese optimismo aquí en casa.”
Continuará...


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