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DESAFÍOS DE HOY, IMPLICACIONES PARA EL FUTURO: Segunda parte



En La guerra, un crimen contra la humanidad (Hojas del Sur / Amazon 2015), escribí sobre la necesidad de fortalecer el compromiso de las instituciones internacionales y multilaterales entre sí y con el establecimiento de la paz mundial. Dije en ese momento que la Organización de Naciones Unidas (ONU) necesitaba ser reestructurada para evitar que las cinco potencias con veto en el Consejo de Seguridad manipularan la guerra y la paz de acuerdo a sus propias agendas geopolíticas, y sugerí que la alianza de la OTAN debería reforzarse y utilizarse para restablecer y mantener la paz en áreas del mundo dentro de su esfera de influencia donde surgieran conflictos armados.

Sobre todo, sin embargo, hice hincapié en la importancia de la democracia como el mortero que consolida los cimientos de la paz mundial. Destaqué la importancia no solo de unificar las democracias occidentales, sino también de promover la democratización del mundo entero como ingrediente principal en la combinación de cooperación internacional y el eventual abandono de la guerra como medio para resolver disputas internacionales. Por eso, sugerí que quizás la mejor organización para llevar al mundo hacia la paz mundial sería la Comunidad de Democracias (CD). Este es un grupo fundado en el año 2000 por iniciativa de la entonces Secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright, y el entonces Ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Bronislaw Geremek, en el marco de la Primera Conferencia Ministerial Bienal celebrada en Varsovia en junio de ese año.
Madeleine Albright
Durante la ceremonia de clausura de esa conferencia de Varsovia —en la cual el resultado tal vez más sobresaliente fue la firma de la Declaración de Varsovia, una promesa de formar la CD —el entonces secretario general de la ONU Kofi Annan (que falleciera la semana pasada, a los 80 años), llamó la iniciativa de la CD un paso positivo hacia la democracia mundial, y agregó: “Cuando la Organización de Naciones Unidas pueda llamarse a sí misma una comunidad de democracias, los nobles ideales de su Carta Orgánica en el sentido de proteger los derechos humanos y promover el ‘progreso social en el marco de las libertades más amplias’ se habrán acercado mucho más a ese propósito.”
Bronislaw Geremek
Desafortunadamente, en la década y media transcurrida desde entonces, la Comunidad de Democracias no ha logrado obtener ninguna tracción importante en términos de pasos concretos hacia una mayor democratización mundial. Y aunque ha ampliado su membresía a alrededor de cien naciones, es prácticamente desconocida fuera de los círculos diplomáticos. Es difícil imaginar que el bajo perfil en el cual se ha visto atrapada sea un accidente. De hecho, con el auge de los movimientos políticos autocráticos en Occidente y en otras partes del mundo en los últimos años, queda claro que el hecho de que la CD sea blanco de la desidia es por diseño, no por casualidad. Y el gobierno actual de Estados Unidos ciertamente puede ser considerado responsable de socavar aún más la democratización mundial y la unidad occidental.
Por ejemplo, el año pasado y el año anterior, fue el turno de Estados Unidos para presidir la CD. Y según el procedimiento desde la fundación de la CD, cada presidencia del grupo finaliza su mandato con una reunión ministerial celebrada en el país anfitrión. Pero con las elecciones celebradas en EEUU en 2016, la administración estadounidense cambió justo en medio del plazo en el cual ese país presidía la CD. La administración del presidente estadounidense Donald Trump ha demostrado en su primer año y medio de gobierno que tiene sólo la más tenue comprensión de los principios democráticos y constitucionales, y la propia retórica y acciones del presidente han mostrado que él mismo, a menudo, prefiere la compañía de los autócratas a la de los aliados democráticos de Estados Unidos.
Un claro ejemplo de esto fue su gira europea más temprano este año, en la que patoteó a la Comunidad Europea para que pagara una mayor parte de los costos de la OTAN, habló de la UE en general en términos peyorativos y lanzó ataques fulminantes contra dos de las principales líderes europeas, Theresa May de Gran Bretaña y Angela Merkel de Alemania, antes de volar a Helsinki para reunirse con el caudillo ruso Vladimir Putin. Contrariamente a su abierta hostilidad hacia los socios democráticos de Estados Unidos en la OTAN, su actitud hacia Putin —un autócrata quien ha violado el derecho internacional con la anexión militar de Crimea, el aplastamiento de la resistencia política en Georgia y el apoyo a los insurgentes étnico-rusos en Ucrania— fue conciliatorio, e incluso obsecuente. Incluía un indicio de que prefería la palabra de Putin por sobre la de 17 agencias de inteligencia estadounidenses respecto de la ya probada intervención rusa en las elecciones estadounidenses de 2016, una violación tan grave que muchos funcionarios de inteligencia estadounidenses se refieren a ella como “un acto de guerra cibernética.”
En ningún otro lado fue más patente la “actitud flexible” de la administración Trump hacia los principios democráticos que en la organización (o la falta de la misma) de la reunión bienal de la CD que el gobierno de Trump debía celebrar en Washington el año pasado. Apenas semanas antes de la reunión bienal, el Departamento de Estado de EEUU bajo el mando del entonces Secretario de Estado Rex Tillerson seguía manteniendo a los involucrados en la oscuridad respecto de cómo la conferencia se llevaría a cabo, o si acontecería. Tillerson parecía renuente a firmar planes firmes y cuando la reunión finalmente tuvo lugar, fue como un evento muy disminuido en el cual sucedió muy poco y donde el país anfitrión firmó una letanía estándar de buenas intenciones, renovando el compromiso de Washington a  “consolidar y fortalecer las instituciones democráticas.” Existe un sentimiento definitivo entre los defensores de la democracia de que la idea actual en Washington es que se permita simplemente que la CD caiga víctima de la atrofia y muera.
Mientras tanto, hay signos inequívocos de que el gobierno de Trump ya no tomará la delantera en el mundo en defensa de la democracia y de los derechos humanos; de hecho, se está desvinculando de una política estadounidense de larga data de promover la democratización como una parte importante de los criterios para el establecimiento de relaciones permanentes entre los EEUU y otros países.
En La guerra, un crimen contra la humanidad, afirmo que si deseamos construir un nuevo orden mundial para facilitar la deslegitimación y la criminalización de la guerra, debemos llevar a cabo una profunda reforma en las organizaciones internacionales pertinentes. En las últimas décadas, sus intervenciones para detener las guerras y los conflictos emergentes a menudo han tenido escaso éxito y han dejado en claro que en el nuevo y cada vez más violento contexto mundial ya no cumplen el papel para el cual fueron creados.
Esto se debe principalmente a las restricciones impuestas desde arriba hacia abajo, donde naciones no democráticas como Rusia y China solían enfrentarse con Estados Unidos y Europa, estas últimas como los campeones de la paz y la democracia —pero donde EEUU ahora ha creado un gran vacío de poder— y la engorrosa burocracia que les impide ser tan ágiles como deberían ser. La democratización generalizada es la clave para llevar a cabo tales reformas. Pero, desafortunadamente, la retirada de la administración estadounidense de su antiguo rol como el faro democrático en la cima del mundo ha disminuido visiblemente las posibilidades de un giro efectivo hacia la paz mundial basado en principios mutuos como la promoción de la diplomacia y de la democracia.
La cofundadora de la CD, Madeleine Albright, fue citada recientemente diciendo: “En un momento en el cual los autócratas se vuelven más agresivos y sofisticados en cuanto a reprimir a sus propios ciudadanos y al trabajar en concierto para socavar las sociedades democráticas más allá de sus fronteras, la Comunidad de Democracias es aún más relevante hoy de lo que era hace 15 años. Este es un momento en que los gobiernos democráticos deben unirse para reafirmar su causa común, apoyarse mutuamente y enfrentando a las fuerzas que amenazarían un mundo más pacífico, estable, próspero y humano.”
Claramente, la administración actual en Washington ha hecho mucho en el último año y medio para socavar esta noble misión.


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