En 1984, James Cameron dirigiría una película destinada a convertirse
en una historia clásica de la ciencia ficción. Titulada The Terminator y basada en un guion escrito por el mismo Cameron en
colaboración con su productora ejecutiva, Gale Anne Hurd, la película parecía,
en su momento, no ser más que una oscura y loca fantasía sin precedentes y sin
raíz alguna en la realidad. Se trataba de un futuro en el cual la inteligencia
artificial se torna autoconsciente y decide eliminar de la faz de la tierra a
los seres humanos que la engendraran. Sin embargo, con lo que sabemos hoy sobre
la evolución tecnológica, tres décadas y media más tarde, dicha historia
supuestamente fantasiosa se ha convertido en visionaria y profética.
Cada vez más futurólogos y científicos pronostican un futuro en el
cual la tecnología se escapará de nuestras manos y se autogestionará. Convive
con esa visión del futuro una idea clave de que el destino de nuestra especie
dentro de dicho contexto dependerá de cómo desarrollamos y manejamos la
tecnología hoy. La diferencia más clara entre la historia de aquella película y
la visión de un futuro tecnológico imaginado sobre la base de la realidad
actual es que la pulseada entre humano y máquina no se discutirá en campos de
batalla con soldados de una resistencia heroica que luchan contra robots
cibernéticos, sino mediante una educación de excelencia. Una educación capaz de
preparar a los seres humanos para gestionar mejor ese futuro y para determinar
si la tecnología avanzada está puesta al servicio de la evolución de nuestra
especie o si se permite que se autoconvoque a exterminarnos y convertirse ella
en el próximo eslabón en la cadena evolutiva, en la cual los humanos dejaremos
de existir por completo.
La principal regla de la evolución es la de adaptarse o perecer. Y el
secreto de adaptarse se encuentra en la división entre ganadores y perdedores.
La educación de excelencia sirve para preparar los líderes del mañana, los
seres que se encontrarán en la cúspide de las tendencias y adelantándose al
porvenir. Y esa debería ser la principal misión de las instituciones educativas
de excelencia.
Lo descripto anteriormente es justamente el escenario que Ray Kurzweil
desarrolla en su libro titulado La
singularidad está cerca. Escrito ya hace más de una década, este ensayo
sigue siendo visionario en cuanto a un posible futuro dentro del marco de la
tecnología avanzada. Aunque el autor aclara que es impredecible el futuro más
allá del año 2045.
La premisa básica de Kurzweil es que hay que describir el futuro
dentro del contexto de una tecnología cuyo ritmo sigue aumentando, ya en forma
exponencial. Ha habido más avances tecnológicos en los últimos 50 años que en
los 5 mil años precedentes. Y a medida que la evolución tecnológica continúe,
no faltará mucho tiempo para que la potencia de la tecnología se incremente
cien, quinientos o mil veces prácticamente del día a la noche. A ésto Kurzweil lo
llama la Ley de Aceleración de Incrementos.
La “singularidad” de la cual habla Kurzweil es el punto en el tiempo
cuando, según su visión, la biología y la tecnología se tornarán indistintas
entre sí. La idea es que, cuando eso pase, el ser humano como especie dejará de
existir, dando paso a una nueva especie tecnológica, o por lo menos
cibernética, que dominaría el mundo. Si este concepto les parece fantasioso o,
quizás, espeluznante, Kurzweil les compadece. Según él, y aunque parezca una
perogrullada, “Si la mente fuera lo suficientemente simple como para comprender
(esto), sería demasiado simple para comprenderlo.”
Pero, intentemos, al menos, tener una idea de lo que esto significa.
Por ejemplo, los abuelos de la gente de mi edad fueron testigos de las primeras
redes de teléfono, los primeros aviones factibles, los primeros automóviles
producidos en serie, las primeras películas sonoras, y las primeras en color.
Pero también llegaron a ver las primeras aeronaves a retropulsión comerciales,
el primer televisor, las primeras conquistas del espacio, la primera caminata
que un hombre hizo en la superficie de la luna, et cétera.
Aunque ésto puede parecer una verdadera barbaridad de avances para
experimentar en una sola vida, la gente de mi generación ha visto cambios
muchísimo más increíbles. Y el ritmo de esos cambios ha incrementado
vertiginosamente de tal manera que las computadoras que hoy llevamos en el
bolsillo son miles de veces más poderosas que los mainframes militares que
llenaban edificios enteros y que manejaban los sistemas de defensa de las
principales potencias cuando nosotros éramos adolescentes. En sólo las últimas
dos o tres décadas, el mundo se ha interconectado por completo a través de
redes electrónicas, los autos comienzan a manejarse solos, cuando alguna
articulación nos falla los médicos la remplazan con una de titanio, el espacio
se queda cada vez más en manos privadas y los viajes de placer por el espacio
han dejado de ser cosa de la ciencia ficción.
Pero esto no es nada comparado con lo que se viene, y se viene ya a
una velocidad más allá de la comprensión de la mayoría de los seres humanos.
Entre ahora y la llegada de “la singularidad” es probable que los cambios
ocurran más allá de la comprensión de persona alguna, y es también probable
que, en ese momento, exista una superinteligencia artificial camino a lograr la
conciencia de sí misma y el autogobierno. Dependiendo de qué recaudos tomemos
desde ahora, dejará o no de servirle al ser humano...o dicho en otras palabras,
existirá sólo para servirle a la raza humana o sólo para servirse a sí misma.
Un ejemplo de esta última aseveración son los nanobots. Aun cuando
todavía existen sólo en teoría, los nanobots son robots minúsculos (del tamaño
de una célula sanguínea) munidos de aplicaciones para detectar y curar
enfermedades. Una vez perfeccionados, se inyectarán directamente en el cuerpo.
Algunos expertos afirman que, en el futuro, los nanobots remplazarán a los
médicos, y que serán más efectivos en su habilidad de curar cualquier mal. Ya se
está experimentando con cierto éxito con el uso de robots miniaturas para
combatir el cáncer en ratones de laboratorio y se vislumbra su utilización en
la solución de enfermedades como el mal de Alzheimer. No obstante, en la
actualidad, sigue siendo una tecnología muy incipiente.
Pero deberíamos estar pensando ya en cómo limitar sus posibles efectos nocivos antes de contemplar su uso
masivo en nuestro beneficio. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si dichos dispositivos
llegaran a un nivel de superinteligencia por el cual pudieran replicarse solos,
como una especie de virus tecnológico? Según algunos estudiosos, un dispositivo como ese, aparentemente tan útil
para la humanidad, podría reproducirse de manera exponencial y, en última
instancia, en un ciclo de reproducción fuera de control, terminar por causar la
extinción de todo ser viviente sobre la faz de la tierra.
Continuará...
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