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LA MUERTE DE JAMAL KHASHOGGI Y SU MENSAJE RESPECTO DEL CLIMA GEOPOLÍTICO QUE ESTAMOS VIVIENDO



A estas alturas, no pueden caber grandes dudas en la mente de persona realista alguna de que el periodista y disidente de Arabia Saudita, Jamal Khashoggi, fuera engañado y atraído al consulado saudí en Estambul, donde fue brevemente torturado e interrogado antes de ser brutalmente asesinado por agentes del gobierno de su país de origen. Luego, el cuerpo del periodista fue, aparentemente, desmembrado y retirado del consulado en varios receptáculos, siendo transportado a un lugar aún no revelado.
Jamal Khashoggi
La narrativa original del gobierno saudí de que Khashoggi visitó el consulado y luego se retiró, fue rápidamente expuesta como mentira por las autoridades turcas, quienes declararon públicamente que tenían imágenes y audio que probaban que el editorialista del Washington Post había sido asesinado en el interior del consulado. Los saudíes no se molestaron en preguntar cómo había llegado a unir las pruebas el gobierno turco de Erdogan. Era obvio que las tenía y que no había posibilidad de seguir insistiendo con la historia de que Khashoggi hubiese abandonado la misión diplomática saudí, ya que no tenía asidero alguno.
Entonces, muchos días después de la desaparición del periodista, el régimen saudí admitió que Khashoggi había sido asesinado en el consulado en Estambul, pero afirmó (asombrosamente de todos modos) que Khashoggi había muerto en "un interrogatorio que había salido mal", y luego amplió esa invención para afirmar que el periodista de 59 años de edad se había involucrado "en una pelea a puñetazos" (con una docena de agentes saudíes bien entrenados) y que perdió la vida de manera accidental cuando los agentes intentaron controlarlo. Los saudíes afirmaron, además, que fue una "operación clandestina" llevada a cabo sin el conocimiento o consentimiento del virtual jefe del régimen saudí, el Príncipe Mohammed bin Salman, más conocido como MBS.
Consulado saudí en Estambul
Pero hubo otras cosas que los turcos sabían y las hicieron públicas en tiempo real, a medida que los saudíes intentaron construir una narrativa que encubriera cualquier participación directa del régimen. Por ejemplo, se sabía que los 15 agentes que participaron en el incidente habían llegado juntos ese mismo día desde Riad a bordo de aviones privados, y que una sierra para huesos y un experto forense habían participado en el presunto "interrogatorio" / "pelea de puños".
Y aun mientras los saudíes lanzaban la narrativa de "una interrogación fallida", se filtraron imágenes de video a través de los medios de comunicación estadounidenses que demostraron sin lugar a dudas que el asesinato y la desaparición de Khashoggi habían sido tan premeditados que hasta uno de los agentes, que compartía cierto parecido con el escritor, se había puesto la ropa del hombre muerto y una barba falsa para tratar de engañar a las cámaras de seguridad y pasar por Khashoggi dejando el consulado. El hecho de que los zapatos de Khashoggi no le cabían al agente hacía que tuviera que usar los suyos con la ropa del editorialista muerto, así llamando rápidamente la atención sobre el hecho de que si bien se podía ver al periodista mismo entrando al consulado, el hombre que salió fue un doble de cuerpo. Y hubo excelentes grabaciones adicionales de seguridad para corroborarlo, que mostraban al agente despojándose de su disfraz, deshaciéndose de la ropa del periodista y volviendo a su propia identidad.
El príncipe Mohamed bin Salman
Por más impactante que pueda ser esta historia de asesinato a sangre fría, aún más impactante ha sido la realpolitik generalizada que Occidente ha aplicado en su trato al respecto con el régimen saudí en general y con MBS en particular. Pese a la atroz naturaleza del crimen, y sus implicancias internacionales —ya que Khashoggi era residente permanente de Estados Unidos y un destacado integrante de la prensa estadounidense— ha habido pocos indicios de que se vayan a tomar medidas realmente efectivas para castigar a Arabia Saudita y al régimen de MBS por una violación tan grave de los derechos humanos y de la libertad de expresión.

Si bien la mayoría de los líderes occidentales, incluido el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien tiene fuertes vínculos tanto públicos como privados con la nación árabe, deben desear que el régimen saudí nunca hubiese hecho algo tan descarado, tan destacado y tan estúpido, parece evidente que el dinero y poder predominan. Y mientras que Occidente en su conjunto no tardó en declarar una indignación justa, Trump lo hizo más tarde que temprano, y solo después de que la presión de los medios de comunicación hiciera que el incidente fuese imposible de ignorar sin que su partido sufriera gran daño político en los días previos a las elecciones parlamentarias que tendrán lugar en pocos días, cabe pensar que las consideraciones estratégicas y comerciales parecen tener mucho más peso que las morales y éticas.
Un manifestante exhibe
la "sierra real para huesos"
El hecho es que Arabia Saudita es una de las dos superpotencias del Medio Oriente, siendo la otra Irán. Los estados árabe y persa son archienemigos y se oponen entre sí en guerras por encargo sobre varios frentes. Estas acciones juegan también a favor de los objetivos geopolíticos de las superpotencias mundiales, Rusia y Estados Unidos, y, como tales, dictan su respaldo opuesto para los dos regímenes del Oriente Medio.
En el caso del gobierno de Vladimir Putin en Rusia, no existe prurito moral alguno al respecto. El régimen de Putin es el colmo de la realpolitik. Es un hombre fuerte, políticamente resistente, a quien le gusta tratar con otros hombres fuertes quienes, como él, no necesitan responder ante legislaturas ni tribunales. Su falta de cualquier tipo de conciencia moral resulta clara en su apoyo incondicional tanto material como político al régimen de Bashar al-Assad de Siria, quien, en su guerra contra los movimientos populares de oposición, ha presidido la matanza de más de medio millón de personas de su propio pueblo. Claro está que, sin la ayuda estratégica de Rusia, cuya flota de guerra en Oriente Medio tiene su base en Siria, Assad nunca hubiera podido mantener su poder.
Izq., Jamal Khashoggi
Der., "doble de cuerpo"
El propio Trump ha expresado su admiración por numerosos déspotas (incluidos, entre otros, Putin y MBS), pero no importa cuánto le gustaría imitarlos, no puede ignorar completamente a su pueblo, a su partido, a su oposición o a los estándares éticos que continúan caracterizando, aunque quizás en menor grado cada vez, al sistema democrático de los Estados Unidos. Sin embargo, la condena dirigida a Arabia Saudita por el asesinato de Khashoggi por parte de Occidente en general parece ser más teatro que realidad.
Arabia Saudita es uno de los mayores productores de petróleo del mundo y el país combina esta fortaleza económica con ser un importante comprador de armas. Aunque EEUU, por ejemplo, ya no precisa necesariamente el petróleo saudí para sobrevivir, el gobierno de EEUU bien sabe que al solo reducir su producción petrolera, los saudíes pueden aumentar el precio del petróleo de un día a otro, y los precios del petróleo y de la nafta en EEUU constituyen un punto clave de presión política. Mientras tanto, otras naciones occidentales, sí, dependen del petróleo de Arabia Saudita y están muy influenciadas políticamente por el precio por el cual los saudíes les venden ese petróleo.
Mientras tanto, la venta de armas es una de las empresas menos comentadas y más lucrativas del mundo. Occidente sabe que si impone embargos a la venta de armas a Arabia Saudita, Rusia y China aprovecharán la oportunidad para llenar el vacío en dicho mercado.
No obstante, hubo un momento histórico en que estos factores habrían tomado un lugar secundario a las cuestiones de derechos humanos y de libertad de expresión. Pero ese momento no es hoy. Hoy en día, el mundo es un lugar cada vez más cínico e hipócrita en el que se hace gala de los principios superiores de la democracia, mientras que el dinero y el poder gobiernan. El vil asesinato de Jamal Khashoggi es un recordatorio de esa triste verdad, además de ser un símbolo del ataque cada vez mayor contra los valores democráticos como la libertad de expresión y los derechos humanos, y de la impunidad con la que se los viola.


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