Hace aproximadamente una década, me pregunté seriamente ¿por qué, si
todas las principales religiones predicaban la paz y si casi todas las naciones
más poderosas profesaban adherirse a uno de los principales cultos religiosos,
el mundo ha vivido en un estado de guerra casi constante desde el amanecer de
la sociedad organizada? En el transcurso de mi búsqueda de respuestas a este
acertijo, he llegado a ciertas conclusiones sobre la paz y la guerra que, con
el fin de año ya a la vista, querría compartir con ustedes.
1. La guerra es más fácil de promover que la paz.
Los gobiernos, y de hecho las principales religiones, tienen una larga
y horrorosa historia de apoyo a la guerra por encima de la paz. Todavía hoy, el
mundo padece el flagelo no sólo de guerras políticas sino también de
"guerras santas", que en ambos casos responden a motivos ocultos
basados en el poder y en la codicia en vez de en sus causas declaradas tanto
"patrióticas" como "religiosas".
La guerra es básicamente el camino de menor resistencia. Es mucho más
fácil incitar sentimientos de odio hacia "el otro", y hacer sonar el
llamado a la batalla en las personas (y especialmente en los hombres) que
construir una base de apoyo serio para la paz. La guerra sólo requiere de un ostensible
objetivo político o religioso, junto con armas y equipo, y mujeres y hombres
tan adoctrinados con un falso patriotismo inculcado o un fervor religioso
equivocado que estén preparados y dispuestos a "morir por la causa".
La paz, mientras tanto, requiere de una dedicación y de un trabajo prolongados,
constantes y arduos. También requiere de la educación de naciones enteras para
empatizar con los demás y para respetar y promover la aceptación y la celebración
de la diversidad. Estas son lecciones que no favorecen las causas políticas
superficiales o los proyectos hegemónicos de los poderes existentes. Es por eso
que hemos sido educados para encontrar como normal el hecho de que nuestros
países siempre tengan ministerios de guerra (o "defensa") pero que no
tengan jamás ministerios de paz.
2. Las organizaciones internacionales, cuyos nobles ideales fundacionales
están al servicio de la paz, se encuentran dominadas con demasiada frecuencia
por los mismos poderes que promueven la guerra.
El mejor ejemplo de esto es la Organización de Naciones Unidas.
Fundada primero como la Liga de las Naciones y más tarde como la ONU, la razón de
ser de esta organización pan internacional es la de sentar las bases para un
mundo de paz y cooperación en el cual nunca más habrá un conflicto global como
el de las dos guerras mundiales que, en el siglo XX, fueron responsables por un
nivel de muerte y destrucción jamás visto antes en el mundo, con decenas de
millones de muertes, cientos de millones de otras víctimas y la destrucción
generalizada de países enteros, incluidos, como horrores sin precedentes e
impensables, un intento de exterminar a la "raza judía" y el
lanzamiento de dispositivos nucleares sobre dos poblaciones civiles inocentes.
Pese a la nobleza de esta causa fundadora, sin embargo, las
principales naciones guerreras han mantenido el control de las Naciones Unidas
mediante la creación de un Consejo de Seguridad supremo y mediante el
privilegio del veto que estas potencias líderes se han otorgado. Como tal, las
cinco potencias militares más dominantes en la tierra, que también son las principales
fabricantes y distribuidores de armas, han logrado durante los últimos 70 años
evitar un conflicto mundial del tipo que sería devastador para sus propias
economías, mientras alientan las guerras por encargo que manipulan en regiones
estratégicas en todo el mundo, con el fin de promover sus propios intereses
mutuos u opuestos.
Esta aparente "paz" ha servido bien a dichos poderes, al dejar
que eviten el conflicto armado directo entre sí y al permitirles construir
complejos industrial-militares increíblemente amplios, pero ha demostrado ser,
al mismo tiempo, un resultado tremendamente trágico para los países donde las
grandes potencias han vendido armas y practicado sus intrigas. El hecho es que siembran
la destrucción masiva y una matanza atroz en esas naciones que utilizan como
escudos en pos del avance de sus propios propósitos estratégicos.
3. La guerra no es innata ni natural para la Humanidad.
Permítanme citar de mi libro La
guerra, un crimen contra la humanidad:
“A diferencia de lo que se pensaba hasta hace pocos años casi de
manera unánime, parece cada vez más claro que los primeros seres humanos que
habitaron la tierra no practicaban la violencia contra sus congéneres, al menos
no de manera habitual e institucionalizada. Su condición de cazadores y
recolectores nómades reducía al mínimo el sentido de propiedad y, por lo tanto,
la necesidad de defender lo propio...El renombrado paleoantropólogo Richard
Leakey completa esta idea: ‘Este aspecto es realmente crucial para comprender
lo que tal vez sea la implicación fundamental que tiene la producción agrícola
de comida, frente a la recolección nómada de alimentos: tan pronto como la
gente adopta la agricultura, se dedica a defender la tierra que trabaja.
Evadirse ante la hostilidad supone aceptar determinadas pérdidas: en los campos
puede haberse invertido el trabajo de un año, y no resulta fácil renunciar a
él”. Parecería probable, entonces, que la guerra se originó como una respuesta
social y política a un cambio de circunstancias económicas: lo que cambió con
la transición desde la caza y la recolección nómadas a la agricultura
sedentaria fue la naturaleza de la sociedad, no la naturaleza del hombre.’”
Y permítanme decir que esto sigue siendo igual de cierto hoy en día,
excepto que los riesgos son cada vez más altos y el desprecio por la vida
humana cada vez más pronunciado y aceptado en su manifestación como el así llamado
"daño colateral".
4. La paz es improbable... pero no imposible.
He pasado la última década buscando defender la paz mundial desde mi plataforma
humilde pero fervientemente sincera. Debo admitir que esta misión autoimpuesta
a menudo la he vivido como una "locura controlada", término acuñado
por el difunto Carlos Castañeda, para describir el hacer algo y hacerlo bien
sin ninguna garantía de que traiga los resultados esperados o de que no sea
completamente inútil.
Es cierto que ha sido desalentador observar el reciente resurgimiento
de movimientos sociopolíticos que pensamos desarraigados para siempre después
de la Segunda Guerra Mundial: el ultranacionalismo, los cultos populistas y el
desprecio hacia los principios liberal democráticos, movimientos alimentados
por el orgullo pisoteado y el desencanto general de las clases trabajadoras,
los mismos que, en última instancia, condujeron al inicio de dicha
conflagración global.
Dicho esto, sin embargo, un movimiento global de base en pos de la paz
también podría surgir de la misma manera que lo ha hecho este resurgimiento de proyectos
autoritarios. De hecho, sucedió en la década de 1960, con el movimiento Flower Power en contra la guerra, del
cual me consideraba parte, y que se extendió hasta la década de 1990,
culminando en la caída del Muro de Berlín y, con ella, la caída de la Unión
Soviética.
Pero eso requerirá del compromiso de toda una generación, su rechazo
al status quo y su férrea oposición al establecimiento actual. Me anima,
entonces, ver la impresionante difusión de manifestaciones de protesta como las
de los movimientos #MeToo y #NeverAgain, además de un nuevo capítulo en el
movimiento por los derechos de las mujeres, que están barriendo no sólo a
Estados Unidos sino también, poco a poco, al mundo.
Me alienta, asimismo, el Acuerdo Climático de París, lo cual
significa, al menos, un reconocimiento mínimo de la preocupación pública por el
deterioro rampante del medio ambiente. En ninguna otra parte es esta
preocupación más patente que en la generación más joven, que parece entender
que el mundo que recibirá de la actual clase predominante será un mundo roto, y
que si espera salvar ese entorno para su propia generación y para las futuras,
debe cambiar drásticamente las reglas aplicadas hasta ahora por una generación
mayor egoísta que ha colocado sus objetivos financieros, económicos y políticos
por encima del futuro de nuestro planeta.
Tal vez sea, justamente, por una preocupación cada vez más desesperante
por el futuro del medio ambiente que crecerá un auténtico movimiento por la paz
y la cooperación mundiales, porque cuando se trata de la elección (y claramente
es una elección, no una realidad ineludible) entre buscar la manera de
salvarnos o continuar destruyendo nuestro entorno natural a mansalva, todos
estamos, nos guste o no, en esto juntos.
5. Un último pensamiento, la Regla de Oro.
Al investigar para otro libro, Breve
historia de las religiones del mundo, descubrí que cada religión o
filosofía que une a millones y millones de personas en todo el mundo (judaísmo,
cristianismo, islamismo, hinduismo y budismo) contiene alguna versión de lo que
se conoce como La Regla de Oro. Esta idea común se expresa con mayor frecuencia
como "Trata a los demás como querrías que te trataran a ti."
Estas son palabras sencillas pero poderosas, y si nos atuviéramos a
ellas, en lugar de quedarnos sólo con su expresión desde la boca para afuera,
la realidad sería un mundo de auténtica paz y cooperación, en lugar de uno de guerra
y devastación.
Comentarios
Publicar un comentario